domingo, 22 de septiembre de 2019

¿Cómo sería tu sesión ideal de spanking?

Hace poco estaba pensando en la respuesta a una pregunta que suelen hacerme las personas que me contactan con respecto a mis fantasías y/o experiencias de spankee, sin embargo y siendo honesta, jamás he respondido más que cualquier cosa llena de diplomacia y desinterés... No crean que soy grosera o mal educada, o sí un poco, pero me refiero a que en muchas ocasiones no sé bien qué responder y me limito a esquivar lo más sutilmente posible.

Así que, aún sin contar con una respuesta específica, porque es imposible tener una, me di a la tarea de fantasear, recolectar o tomar prestados algunos detalles para dar forma a una sesión de spanking que, personalmente y sin limitarme a ella, sería muestra de una sesión ideal... excitante, explosiva...

He aquí el resultado:

Con un sutil toque de 'age play' pero sin caer en las representaciones teatrales baratas e infantiloides. Me encantaría que el spanker fuera un hombre maduro, de esos que controlan tus acciones con la sola mirada, de manos grandes y vestido de manera formal, si se puede guapo, mejor.

Tendría que ser una situación casual, nada premeditado (guiño) y en un ambiente cero preparado, os instrumentos también deberán ser casuales, de uso cotidiano. Los roles indican que no puede haber nada sexual de por medio (guiño), sin embargo, nadie puede conocer lo que sucede en el interior (o la entrepierna) de los involucrados.

***

Las tareas de la maestría me están volviendo loca, las  materias que elegí para este semestre son las más difíciles  y, de hecho, lo hice a propósito. Quiero terminar con la parte pesada lo más pronto posible, sin embargo, está costándome más de lo que había pensado, además, combinado con el trabajo en la oficina y los múltiples compromisos que adquirí poco antes de inscribirme, argh, es una pesadilla.

El fin de semana pasado no fue la excepción, montones y montones de tarea me esperaban en casa después de una semana particularmente complicada de clientes con proyectos urgentes, correcciones de última hora y el mal humor de mi jefe que ha empeorado desde que recibió, a media junta, una demanda de divorcio que no se esperaba, ¡ja!, pobre.

Decidí salir de la oficina un par de horas antes de lo acostumbrado, tenía ganas de distraerme y así tomar un respiro para, en la noche, aplicarme con la tarea. Mi departamento está lejos de la zona de bares y restaurantes de la ciudad en la que vivo, así que pasé a casa de mi amiga Karla a cambiarme de ropa, pedirle que me acompañara a tomar algo y, con el pretexto de volver ahí por la noche para estudiar juntas, dejé todas mis cosas; libros, cuadernos y lap top que quedaron en un rincón de su habitación. 

Karla estudía la maestría conmigo, es recién egresada de la carrera y aún vive con sus padres. Estábamos un tanto obligadas a volver temprano porque, según me había platicado, su mamá es muy 'preocupona' y su papá, 'chapado a la antigua', es muy estricto con los horarios y los deberes. Tampoco pudimos vestir demasiado provocativas pues, además de no contar con el tiempo necesario, el plan consistía solamente en beber un par de tragos y regresar a casa, después supe que ella jamás utiliza faldas cortas o escotes pronunciados pues, sus padres, se lo tienen prohibido. Desde mi punto de vista ya hemos superado la prehistoria, ¡bah!.

Estábamos ambas sentadas en la barra del bar, ella un poco nerviosa porque, obviamente era algo a lo que no está acostumbrada. Yo, no es que sea una borracha empedernida,, me gusta tomar un trago de vez en cuando y, por qué no, aprovechar para coquetear un poco con los hombres que, dicho sea de paso, siempre están dispuestos a charlar o invitar una copa. De pronto, se acercó el mesero y nos dijo, señalando el otro extremo de la barra, que dos caballeros nos enviaban una copa. A mí me pareció sumamente divertido y, dado que ambos hombres estaban guapísimos, no vi nada de malo en aceptar la invitación pero mi amiga no pensaba de la misma forma y, con evidente molestia, respondió: ¡no, gracias! 

Pero, ¿por qué?, le pregunté sorprendida. Porque no es correcto, respondió. Pagó nuestra cuenta, tomó su bolso y salió muy molesta del lugar. No me quedó más remedio que seguirla y, con un gesto y el rostro rojísimo, salí detrás de ella. 
Subimos al auto y no pude evitar preguntarle por qué había actuado así, que no tenía nada de malo. 

- A ver, Lau, yo no sé si tú estás acostumbrada a comportarte como una mujerzuela, yo no, así que no me pidas que lo haga. Discúlpame, no es mi estilo. 

¡Jajajajajaja!, estallé en una sonora carcajada y, quizá ella se sorprendió por mi reacción pero fue lo único que pude hacer ante su exageración. Es decir, coquetear un poco con desconocidos, aceptar una copa sin absolutamente nada a cambio, para ella eran actos vergonzosos, caray, en qué monasterio la han tenido recluida. 

No pasa nada, Karlita, le dije entre divertida y muy sorprendida, será mejor que nos vayamos a estudiar y terminar el trabajo porque, si no, no aprobaremos la materia. Ambas sonreímos y nos dispusimos a comenzar el camino a su casa. Unos 40 minutos nos separaban de nuestro destino, y entonces recibió una llamada de su madre. No supe exactamente qué le dijo, sólo sé que la apuró para volver a casa porque su padre había llegado ya y estaba muy molesto por su ausencia. No sé qué tipo de presión ejerció la llamada en ella pero pude adivinarlo porque, a modo de súplica, me pidió acelerar para llegar lo más pronto posible. Así lo hice. 

Traté de elegir la vía más rápida y, contagiada de su ansiedad, aceleré lo más que pude pero, 'sin querer', me pasé un semáforo en rojo sin percatarme de la presencia de una patrulla de policías. 

Escuché la sirena sonar, mi expresión lo dijo todo y la sensación empeoró cuando volteé a ver a mi amiga que, con una cara de terror absoluto comenzó a llorar. Detuve el auto en cuanto pude y le pedí a Karla que se calmara, que yo me haría cargo. Bajé la ventanilla y traté de usar todos mis encantos, especialmente la carita compungida y llena de arrepentimiento. El policía saludó muy amablemente, me preguntó si sabía por qué me había detenido y no me quedó más remedio que responder que sí, que no me había dado cuenta del alto y, cuando lo hice, ya era demasiado tarde. Argumenté (e inventé) todo lo que pude pero, al parecer, nada convencía al uniformado que, muy serio, me explicaba todos los riesgos a los que expuse, tanto a mí, mi acompañante, como a otros vehículos o transeúntes. 

Al ver que no me libraría, solo le dije, en tono áspero y quizás arrogante: por favor, sólo expida la multa y ya. Y supongo que no le gustó porque, inmediatamente, me pidió mis papeles, bajar del auto y soplar en su rostro para verificar mi aliento, lo cual, me puso sumamente nerviosa pues había bebido un par de tragos, nada grave. 

Obviamente el policía percibió el alcohol y, con una sonrisa maliciosa, me dijo que estaba metida en graves problemas. Yo no sabía qué hacer o qué decir y la actitud llorona de Karla tampoco ayudaba mucho. 

- Por favor, poli, no sea malo... Déjenos ir, le prometo que no volverá a pasar, en serio, solo bebí un par de copas, le juro que vengo en mis 5 sentidos. 

Se notaba lo divertido que estaba el policía, deduje que si me esforzaba un poco más, terminaría convenciéndolo, así que no me di por vencida. Hice uso de todo el drama que me fue posible, la pobre de Karla estaba tan preocupada que, verla así, me dio una idea fantástica. 

- Mire, oficial, si usted nos hace esto no sabe en el lío que nos mete. ¿Ve a mi amiga?... Pues su papá es un señor muy estricto, terriblemente enojón y, aquí entre nos, a él le gusta utilizar los castigos físicos para corregir las faltas de su hija. Imagine lo que pasará con ella si se entera que nos detuvo la policía. Y no me parece justo que, si yo fui la que bebió y sin querer se brincó un alto, la que termine pagando sea ella, ¿no cree? 

Sentí que ya lo tenía en la bolsa, que lo había conmovido y que se había creído todo el cuento.  El policía movía la cabeza como pensando, como tomando una decisión y preguntó:

- Exactamente, ¿qué le pasaría a su amiga si su padre se entera de esto? 

- Sería terrible, su papá utiliza el cinturón para azotarla en las nalgas. Lo hace con mucha fuerza, oficial, a veces tarda varios días en poder sentarse sin dolor. 

- Y, ¿lo hace encima de la ropa o sobre la piel desnuda? 

Vaya que parece interesado en el tema, espero que no vaya a querer acusar al pobre señor de violencia intrafamiliar o algo así. 

- No estoy muy segura, supongo que dependerá de la gravedad de la falta pero, ¿no le parecería una injusticia que, mi pobre amiga, pague por algo que no ha hecho? 

- Sí, tiene usted toda la razón, señorita, no podemos permitir que eso suceda. Muy bien, le perdonaré la multa... 

Sonreí triunfante,sorptendida y muy triunfante. 

... Pero con una condición... 

¡Carajo! 

... Usted tendrá que recibir ese castigo aquí y ahora porque, es cierto, la que bebió y se voló el semáforo en rojo, fue usted... Y por su bien, espero que acepte porque, de lo contrario, me veré obligado a levantar la multa y, además, llevaré el auto al corralón pero, no sólo eso, además las remitiré, ¡a ambas!, a la delegación. Usted decide. 

- Pe... Pe.. Pero, oficial!! 

- Como lo escucha, señorita, no hay pero que valga. Vamos, decida ahora porque todavía hay que llamar a la grúa, remolcar el auto, a ustedes, subirlas esposadas a la patrulla, en fin... 

Volteé a ver a Karla quien, aunque había escuchado toda la conversación, jamás intervino. Supongo que, al igual que yo, creyó que estaba funcionando pero, al ver que no era así, se bajó del auto y me suplicó que aceptara el trato, que lo hiciera por ella, que todo lo que le dije al policía acerca de su padre, era totalmente cierto. Me dejó con la boca abierta. 

Verla llorar tan llena de miedo, provocó que mis ojos también se llenaran de lágrimas y, con un gran sentimiento de solidaridad, le dije al oficial que lo hiciera, que aceptaba el trato pero que nos dejara ir. 

Tardé más en responder que el policía en ponerme en posición: las palmas de las manos sobre el cofre del auto, el cuerpo inclinado y las nalgas expuestas. Pude ver y escuchar, claramente, cómo sacaba el grueso cinturón de piel de las presillas del pantalón, posteriormente, lo dobló a la mitad y, dando un par de pasos hacia atrás, lo posó sobre mis glúteos. 

Yo no sabía a lo que me enfrentaba, jamás me habían azotado y menos con un cinturón. Miré a Karlita que, aunque asustada, no perdía detalle de lo que sucedía, me miraba con compasión. 

El primer azote me hizo estremecer, mi cuerpo se contrajo y el dolor en mis nalgas no me permitía pensar en nada más. Escuché cuando el oficial me preguntaba si estaba arrepentida, si sabía que me lo merecía y si estaba dispuesta a modificar mi comportamiento. Cada pregunta iba acompañada de un cinturonazo y yo ni siquiera podía responder, solo me limitaba a soportar el castigo, quería que todo terminara rápido para poder salir de ahí. Me sentía tan estúpida, tan humillada y, al final, tan consciente de que, lo que había hecho, estuvo muy mal. 

No supe exactamente cuántos cinturonazos fueron, mis nalgas se sentían calientes y muy adoloridas. Mi rostro estaba bañado en lágrimas, no me había dado cuenta del efecto que tuvo ese castigo hasta que me descubrí suplicando y ofreciendo mil disculpas. 

Por fin terminó, lo supe porque él así lo anunció. Se acercó a mí mientras volvía a colocar el cinturón en su sitio. Instintivamente comencé a sobar la zona castigada pero, de inmediato, recibí un manazo fuerte en una nalga. 

- ¿Quién le dio permiso de sobarse, señorita? 

- Per... Perdón, dije entre sollozos. ¿Nos podemos retirar, oficial? 

- Sí, pueden irse. Aquí están sus papeles y, por favor, tengan más cuidado de aquí en adelante. ¿Me promete que se portará bien? 

- Sí, señor, lo prometo. Respondí sin poder levantar la mirada. 

Ante la satisfacción del policía y mi cola muy adolorida, nos retiramos del lugar. Karla me iba diciendo cuánto lo sentía y la culpa que le embargaba por lo que yo había tenido que pasar. Le dije que no se preocupsra, después de todo, me lo merecía. 

- Sí, es cierto, respondió. Sólo espero que también puedas soportar la cueriza que nos dará mi padre a ambas al llegar a casa... 

FIN. 


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