martes, 9 de junio de 2015

Porcentaje II



  • Estoy esperando, señorita.


Salí de pronto de mis pensamientos, me levanté, no sé cómo pero lo hice y di un par de pasos lentos en  dirección a mi primo que sostenía el cinturón con una mano y con la otra veía el reloj...

... tardé en reaccionar, incluso lo hice hasta que Javier me tenía tomada del brazo... intenté suplicar, al menos lo hice en mis pensamientos porque habría sido muy bajo de mi parte arrepentirme de algo sobre lo que recién había dado mi palabra.

Acababa de ver al chico alejarse y el mundo ya me caía encima. Yo no sería tan fuerte como él para aceptar lo que, según Javier y con razón, nos habíamos ganado.

De algún lado alcancé a sacar un poco de valor, arrogancia, lo interpretó mi primo que, a simple vista, parecía seguir furioso.

  • ¿Verdad que las cosas cambian llegado el momento, jovencita?... es muy fácil romper las reglas, es muy sencillo meterse en problemas, pero la parte complicada viene cuando hay que hacer frente y asumir las consecuencias. Bien, estas son las consecuencias de tu descuido, de tu insensatez... arriesgaste tu seguridad y la de mi hijo por un capricho estúpido. Ahora recibirás tu merecido.


El miedo me recorrió de pies a cabeza, mi cuerpo comenzó a temblar de manera evidente... pero estaba dispuesta a cumplir, se lo debía a Emilio... y aunque él tuvo que recibir un porcentaje del castigo, la verdad es que la única y verdadera culpable de todo, era yo. Tragué saliva, de manera altanera y arriesgada safé mi brazo de la mano de mi primo y me dispuse a desabrochar mis pantalones para asumir la misma posición que momentos antes había asumido el chico.

  • No, así no... 


Javier me detuvo y de un movimiento rápido soltó el cinturón que cayó pesado en el piso, se sentó sobre el sofá y me tumbó sobre sus rodillas... todo sucedió en un instante y, de nueva cuenta, pude reaccionar pero, esta vez, cuando sentí la primera de muchas nalgadas que Javier, con la mano bien extendida y con bastante fuerza, aplicaba sobre mí.

No pude contar, estaba muy sorprendida, muy adolorida y aturdida por el sonido que conseguía cada palmada que se estrellaba contra mis nalgas, pero seguro eran muchas nalgadas las que ya habían cobrado por la falta tan grave que cometí. De pronto se detuvo, vaya... pensé que sería peor... pero no era el final del castigo, se trataba solo de una pausa y aprovechó que yo misma había desabrochado mis jeans para bajarlos y continuar con la azotaína.

A estas alturas el castigo ya me hacía sufrir, me retorcía sobre las piernas de Javier que no permitía que escapara pues me tenía fuertemente detenida por la cadera. El dolor era terrible, en realidad era más bien ardor... un calor insoportable se apoderaba mis nalgas, el mismo calor que iba acrecentándose mientras más azotes recibía... supongo que el castigo estaba siendo aplicado minuciosamente, pues sentía arder cada parte de mi trasero... creo que no había espacio que no hubiera sido tocado por la fuerte palma de mi primo. Entonces comencé a suplicar, después a reclamar y, como último recurso, a ofender de manera grosera que solo la complicada situación en que me encontraba podía justificar.

  • Eres un imbécil, maldito abusivo... no sé qué te crees, pero esto me lo vas a pagar... Suéltameeee


Lo único que recibía a cambio era silencio y más nalgadas... 

  • Por favor, Javier, te prometo que no volverá a suceder, ya aprendí la lección...


Mis argumentos iban de un polo a otro, suplicaba... me disculpaba y volvía a maldecir, entonces respondió:

  • A las escuinclas malcriadas como tú, que creen que todo se lo merecen, solo hay una forma de tratarlas... y es esta, así que cállate de una vez por todas y ten el valor de recibir dignamente lo que solita te ganaste.


Y dicho lo anterior bajó mis calzones hasta las rodillas, la única protección que acaso tenía aún mi pobre cola, desapareció de un solo movimiento. Me rendí.

Aunque seguía pataleando, lo único que me quedaba era rezar porque todo pasara, el llanto inconsolable hacía que me faltara el aire y, como último recurso, supliqué de nuevo... él hizo una pausa y me permitió hablar. 

  • Por favor, Javier, ya no puedo más... 


Lentamente me levantó, se puso de pie y tomó mi cara entre sus manos... me obligó a verlo a los ojos y con una mirada dulce me preguntó si sabía que había hecho mal... asentí. Me abrazó fuerte y tiernamente, consiguiendo con ello que mis lágrimas siguieran saliendo en un torrente que parecía no terminaría jamás... tomó mi barbilla, puso su rostro muy cerca del mío y despacio me dijo:

  • Aún te faltan 10 cinturonazos.


FIN.