domingo, 1 de marzo de 2020

45. Crónica de un cumpleaños.


Todo depende del cristal con que se mire, la relatividad envuelve siempre, de acuerdo al lado de la situación que cada uno esté ocupando. 45 puede ser un número pequeño si se trata de pesos, pero puede ser grande si se trata de espinas clavadas, ¿cierto?

Llegó el día del cumpleaños de mi spanker e iríamos a festejarlo con su grupo de amigos 'bdsmeros', yo ya sabía, pues él mismo me había contado, que el año pasado también lo festejaron dentro de ese ambiente y que, según la tradición, él recibió la misma cantidad de azotes como años cumplidos, 44 en ese entonces.

No voy a mentir, yo tenía mucha curiosidad por saber cómo sería, además de la tradición de los azotes cumpleañeros, la dinámica de celebración en un ambiente que para mí es totalmente nuevo. 

En una ocasión ya había tenido yo la oportunidad de interactuar con algunas personas de ese círculo pero, honestamente, esa vez lo hice de manera tímida y sumamente reservada, además, ahora era distinto porque quería que todo fuera perfecto pues, era cumpleaños de mi hombre. 

No me atraía la idea de verlo siendo azotado, más allá de la mera diversión que aquello prometía, sin embargo, una noche antes del evento, a modo de burla le dije cuán ansiosa estaba porque llegara ese momento y, sorpresivamente, su respuesta no me permitió estar tranquila a partir de ese instante: para eso te llevo a ti, dijo muy seguro. 

De inmediato comencé a quejarme, no era justo que, siendo SU cumpleaños, quien recibiera los azotes  fuera yo. No, señor.

Así llegó el día siguiente y con ansiedad y mucha curiosidad, me alisté para la reunión, estaba dispuesta a disfrutar de toda la experiencia, a pesar de la injusta amenaza. 

Fuimos hasta el lugar de la reunión, la casa de uno de los amigos de mi spanker a quien, para fines prácticos, llamaremos 'el Guasón' y, además de él, ya estaba otro chico, también muy amigo de mi spanker, a quien llamaremos, el sobrino Shibarita. Cabe mencionar que a ambos los había conocido en la reunión anterior y, en consecuencia, me sentía dentro de un ambiente de confianza. Al final, la reunión la hicimos solo los 4 y, aunque habría sido genial que llegara más gente, la verdad es que nada hizo falta.

El Guasón nos consintió con una comida deliciosa y, desde ese momento, la charla comenzó a fluir y, aunque era obvio que la dinámica entre ellos ya es sabida, me hicieron sentir cómoda e integrada. El sobrino Shibarita es alguien con mucha curiosidad de todo y, al mismo tiempo, una persona dispuesta a compartir todo lo que sabe, en este caso, el arte del shibari (Googlee si no sabe de lo que le hsblo).

Mi spanker estaba en su elemento, me complacía muchísimo verlo contento y disfrutando la charla y la compañía. Él llevaba todo su arsenal de instrumentos y juguetes, así que, obviamente, en algún momento comenzó el intercambio de ideas y experiencias. 


Primero fueron las cuerdas, el sobrino hizo gala de su habilidad y su disposición para enseñar un poco a los ahí presentes. El Guasón también me sorprendió, tejió una hermosa telaraña sobre el pecho de mi spanker y, lo que jamás había sido de mi interés, comenzó a cobrar importancia dentro de mis gustos y mis fantasías. Carajo, mi YoSpankee comenzó a revolucionar de inmediato, más, en el momento en que mi spanker, después de ser desatado, me envolvió en un montón de nudos con cuerdas de yute.


Ustedes saben, queridos lectores que, si la spankee es risueña, no hay que hacerle cosquillas. En fin, comenzó la experiencia. 

Antes, durante la charla mientras comíamos, el Guasón mencionó que tenía un banco de trabajo que podía servir muy bien para una sesión de bdsm, así que lo llevó ante nuestros ojos y yo, novata como soy en todo esto, comencé a desarrollar mil y un fantasías sobre el mueble aquel pero, obviamente, todo sucedía solo en mi cabecita spankee.

No tuvo que pasar mucho tiempo para que, tanto mi spanker como sus amigos, insistieran en usar el banquito de madera, así que, ningún 'pero' fue suficiente para evitarlo.


Debo decir que una de las cosas que más vergüenza me producen es, justamente, ser castigada frente a más personas y, aunque mi spanker lo sabe, él está dispuesto a hacerme probsr mis límites,asi, con ayuda (presión) de mi querido y cumplesñero spanker, quedé montada sobre la barra superior del mueble, aún con puchero, terminé tumbada boca abajo con las manos pegadas al cuerpo pues, las cuerdas, me mantenían privada de cualquier movimiento.

Con las piernas separadas y el cuerpo descansando sobre el rústico soporte, mis nalgas quedaron cómodamente al alcance de mi spanker que, sin tardanza, comenzó a hacer uso de la variedad de instrumentos que tenía a disposición. Flogger, fusta, cuartas, palas de madera y varas de bambú azotaron nalgas, muslos y pantorrillas. Afortunadamente, mis jeans ofrecían gran protección pero, aún así, el dolor comenzó a hacerse presente en breve. 

Varias cosas pasaban por mi cabeza, entre ellas, muchísima vergüenza por la forma en que estaba siendo azotada, para placer de mi spanker, en presencia de dos chicos dominantes que, de ahí en adelante, propusieron castigos para esta inocente y bien portada spankee. También, confieso, otro de mis temores era que, en cualquier momento, mi spanker cediera la batuta a cualquiera de ellos, lo cual, no me habría molestado en lo absoluto pero habría incrementado la vergüenza y la humillación que, de por sí, ya sentía al estar siendo castigada y quejándome ante cada azote.

La posicion en la que estaba, aunque parecía cómoda, de pronto se volvió dolorosa y se los hice saber. Mi spanker me levantó de la viga y me ayudó a bajar de tan creativo invento (me quedé con muchas más ideas para darle uso pero, shhhh), me quitó las cuerdas y me premió con un beso y un gran abrazo que me devolvieron el alma de inmediato. Las nalgas punzaban ya pero, ni así, supe mantener un comportamiento de spankee decente, al contrario, el primer castigo sólo fue alimento para seguir provocando y buscando hasta dónde podía llegar mi YoSpankee frente a testigos.

La charla era tan divertida y se tocaban temas de manera tan natural que, sin exceptuar ningún momento, me sentía muy contenta, mucho más al ver la sonrisa de mi spanker que disfrutó todo el tiempo. 

Mis nalgas pagaron caro pero también, debo decir, me libré de muchas. No así cuando, después de algún comentario atrevido, fui llevada a las piernas de mi spanker y ahí, también en presencia del Guasón y el sobrino Shibarita, recibí una tanda muy fuerte de nalgadas que me hicieron saltar, gritar y casi arrepentirme de mi mal comportamiento. Dos veces pasó lo mismo y, seguramente, sí la reunión hubiera durado más, habrían sido otras tantas.


Obviamente, las habilidades del sobrino y las instalaciones tan adecuadas en casa del Guasón no podían desperdiciarse, así que, de manera improvisada, la spankee terminó de manos atadas en lo alto, de cara a la pared, primero con un tiempo de castigo en el rincón y, después, siendo fuertemente azotada mientras la circulación de sangre en las manos, era debidamente vigilada por el sobrino. Argh!


Después de muchos azotes, risas, acusaciones y nalgas adoloridas, llegó el momento más esperado, al menos por mí: los 45 azotes de cumpleaños. Yeah!!

Al principio mi spanker insistió en que lo correcto era que yo, su spankee, recibiera todos los azotes que correspondían por su cumpleaños pero, en complicidad con los otros dos dominantes ahí presentes, insistí en que la lógica indicaba que sólo él, recibiera los azotes pues, cada uno de ellos, representaba un buen deseo para la vuelta al sol que recién comenzaba. 

Al final, con negociación de por medio, él recibiría 90 azotes (45 de cada uno de los presentes) y, los que me habría correspondido aplicarle, por respeto y a modo de regalo, los recibiría yo.

Todos y cada uno de los azotes que le asestaron, algunos con una maravillosa técnica, valieron la pena. No me encantó verlo retorcerse de dolor, es decir, no de manera particular pero, la verdad, fue sumamente divertido. Escucharlo contar en voz alta y quejarse con la vara de bambú, me hizo la noche aunque, después, yo pagaría con creces.

De nuevo me ataron las manos y, esta vez me taparon los ojos, de nuevo probé varios instrumentos y, a pesar de contar puntual y claramente todos y cada uno de los 45 azotes correspondientes (que además dolían mucho pues mi pobre cola había sido ya bastante aporreada), la cosa no quedó ahí. Amablemente, el sobrino Shibarita hizo mención de que, como él era el spanker y además el chico del cumpleaños, podía decidir seguir castigándome más allá de los 45 establecidos.


Entonces vino el hielo que, lentamente, recorrió mi cara, cuello, pecho y espalda. Las pinzas de bambú prensaron mis brazos, lengua y pezones. Mi cuerpo y mi mente estaban, para ese momento, dispuestos a eso y más. Recibí tantos azotes que, después de todo, contabilizarlos era imposible y, aún así, habría podido recibir muchísimos más. Después de cada castigo, obtener como premio los labios húmedos de mi spanker, sus brazos cálidos y, lo mejor de todo, su satisfacción y placer, fueron lo mejor, lo que hizo tan mágico un cumpleaños anunciado.

Feliz cumpleaños, Vincent, mi querido spanker.

YoSpankee 

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