lunes, 10 de febrero de 2020

Castigo de película. Parte 1


Habíamos quedado para ir al cine, yo iría después de convivir con mis amigas y él, al salir del trabajo. Tuve tiempo de adelantarme pues estaba muy cerca del lugar y como, seguramente, él llegaría corriendo, compré las entradas, palomitas y refrescos. Me senté a esperarlo y, mientras, estuve revisando mis redes sociales. Estaba tan entretenida que no me di cuenta que llegó, hasta que sentí sus brazos rodear mis hombros. Me giré para verlo y me puse de pie para darle un gran abrazo. Él, por su parte, me llenó de besos el rostro y, finalmente, me regaló un largo y húmedo beso en los labios.

Parecía una escena sacada de una de esas películas rosas, hasta que él, separándose de mí, con una mirada furiosa y ese tono de voz que no deja lugar a dudas, preguntó:

- ¿Estuviste fumando?

Confieso que sí, estuve fumando un poco pero, según yo, tuve la precaucion de lavar mi boca, tomar pastillas de menta y ponerme perfume, ¿cómo percibió el aroma o el sabor del tabaco?

- Nnno, yo no... 

Desafortunadamente, soy pésima mintiendo... 

- Por tu bien, es mejor que no me mientas, jovencita... 

Ja, si lo único que quería era mentir, mentir de la manera más descarada posible. Sé muy bien que él odia el cigarro, más allá del olor, odia que las personas consuman cosas, de manera voluntaria, sabiendo que le están haciendo un daño terrible a su cuerpo. En cuestión de disciplina, que es como funciona nuestra relación, fumar es una de esas cosas que están estrictamente prohibidas, una de las que se encuentran en el límite de lo inimaginable pero, si les soy sincera, no era la primera vez que lo hacía a sus espaldas pero, sí la primera que era sorprendida.

- No te enojes, por favor, solo fue un cigarrillo, no es para tanto, ¿sí?

Intenté usar la mejor de mis sonrisas, además, la película estaba por comenzar y se lo hice saber pero, lo único que obtuve como respuesta fue que me arrebatara los boletos y los rompiera en mi cara. 

- Esto te va a costar muy caro, señorita. 

Acto seguido, tiró refrescos y palomitas a la basura, algunas personas ya nos miraban, me moría de vergüenza, solo me limité a bajar la cabeza y esperar su siguiente movimiento. Era obvio que se acababa de cancelar la noche de cine, así que, había qué ver cuál sería su decisión aunque, seamos sinceros, todos sabemos hacia dónde conducirá esto. 


Visiblemente molesto, me tomó del brazo y me sacó del complejo de cines, yo solo me dejé llevar pues, la verdad, no estaba en condiciones de negarme a nada. 
No estoy segura si hay un sentimiento de mayor humillación y vergüenza, que ser atrapada es una mentira y, peor, en público. ¡Argh!

Cuando íbamos cruzando a paso rápido el oscuro estacionamiento, intenté dar una explicación, pero fue totalmente en vano, mis argumentos fueron silenciados con una fuerte nalgada que me hizo saltar y entender la gravedad del asunto. No sé si alguien vio o escuchó pero, en ese momento, esa era la última de mis preocupaciones. 
Fue, hasta llegar al auto, que me dirigió la palabra pero, solo para volver a decirme, esta vez en un susurro amenazante:

- Esto lo vas a pagar muy caro, jovencita. 

Tragué saliva y subí rápidamente al auto, me hundí en mi asiento y, mientras abrochsba el cinturón de seguridad, unas ganas terribles de llorar me invadieron. Sabía que había hecho mal y me dolía mucho que, por mi culpa, nuestra noche de cine se haya estropeado así. Él también se veía muy incómodo, vi cómo sus manos apretaban con fuerza el volante y su mandíbula se crispaba sin poder o querer decir nada, las lágrimas ya bañaban mi rostro.

Casi todo el camino transcurrió en silencio, yo no me animaba a decir nada, sabía que no estaba en condiciones y lo único que hacía era seguir llorando pues sabía, perfectamente, que al llegar a casa iba a tener que enfrentar el terrible castigo.

Poco antes de llegar, comenzó a hablar, su tono era suave pero claro:

- ¿Por qué lo hiciste?

No respondí, sólo gimoteaba y pensaba en la muy remota posibilidad de librarme de esta. 

- Te juro que no lo entiendo, sabes muy bien que lo tienes estrictamente prohibido, sabes muy bien las consecuencias que esto tendrá. En serio, pareciera que te burlas de mí, de mi autoridad y, peor aún, que no te importa tu salud.. Pero te lo digo bien claro, señorita, te vas a arrepentir de cada bocanada, de cada mentira, de cada decisión estúpida... 


Llegamos a casa, metió el auto a la cochera y, sin esperar a nada, se bajó rápidamente para llevarme a rastras, no sólo hasta la casa, sino hasta la habitación. Cabe mencionar que, todo el trayecto, desde el auto hasta la recámara, lo pasé llorando y suplicando. Estaba aterrada, no sabía lo que iba a pasar y, a estas alturas, sospechaba que el castigo sería muy duro.

Ya en la habitación, me condujo hasta el rincón con unas cuantas nalgadas bien puestas, las cuales, recibí sin meter la mano pero gritando como si me estuviera dando la paliza de mi vida.

- Esto no es nada, niña, no seas exagerada. 

Pero es que estaba tan aterrada, no controlaba mis reacciones. Después escuché que buscaba algo en el closet, sonaba un tintineo distinto cada vez, pero no tenía permitido voltear, aunque la curiosidad y la ansiedad me estaban matando.

Mientras pensaba en todas las posibilidades, poco a poco, mi respiración fue volviendo a su ritmo, hasta que fui llamada por mi nombre completo (con todo y apellidos), lo cual me hizo estremecer. 

Él estaba sentado en el borde de la cama, ya listo para comenzar a castigarme pues, en cuanto me giré, con pequeños golpecitos sobre su muslo derecho me indicó adoptar la posición para ser nalgurada y yo, sin pensarlo, obedecí de inmediato. .

Apenas terminé de acomodarme sobre sus piernas, una lluvia interminable de azotes comenzó a caer, no hubo regaños o preguntas, sólo nalgadas que caían con fuerza en una nalga y en la otra de manera alternada, cubriendo desde arriba hasta los muslos y poniendo particular énfasis en el área donde se une la pierna con los glúteos. Yo solo me retorcía y lloraba, mientras me deshacía en disculpas y promesas.

No pasó mucho tiempo, aunque a mí me pareció una eternidad, bajó los jeans junto con los calzones, lo hizo con gran enojo y los llevó hasta mis tobillos. Eso, inequívocamente, es señal de que el castigo no se limitará a las nalgas, como en otras ocasiones, muslos y pantorrillas también serían azotados.

Por más que lloré y pedí mil perdones, nada lo detuvo, azotó cada espacio desde la parte alta de las nalgas, casi hasta los tobillos. Para entonces ya me había dicho lo decepcionado que estaba de mí, lo malo que es el tabaco para el cuerpo y, peor aún, cada uno de los químicos que componen un cigarrillo... Entendí que hice mal pero no, aún no era suficiente castigo para considerar lección aprendida. 

Se detuvo abruptamente y, levantándome en vilo, me llevó hasta el rincón de nuevo, las manos sobre la cabeza, las nalgas y piernas bien rojas, y el llanto interminable. 

Volví a escuchar el tintineo pero, otra vez, tuve que vencer las ganas de voltear. Después de unos minutos y algo de ruido en la habitación, fui llamada de nuevo hacia él. 

Sobre la cama, una montaña de almohadas y, sobre el respaldo del sofá, 7 cinturones de grosor y textura distintas. De nuevo tragué saliva. 

- Bien, señorita, al parecer hace falta dejarte bien claras las reglas. Durante una semana, vas a probar un cinturón distinto cada día, las veces que se me dé la gana porque, por lo que demuestras, aquí se hace lo que a cada uno le da la gana, ¿cierto?

Quise responder, defenderme un poco pero, caray, no tenía argumento alguno. Solo me limité a llorar y sobar mis nalgas al mismo tiempo. 

- 7 cinturones, 7 días... Al terminar esa semana, te infornaré cuál será tu castigo. 

- Ppppero, ¿este no es el castigo?

Qué pregunta tan inocente y tan ilusa la mía. Creo que lo vi sonreír un poco. 

- No, esta es apenas la primera parte. 

YoSpankee 

4 comentarios:

Lidia dijo...

¡¡Qué cruel es!! Menos mal que no sabe nada de las otras veces que ha fumado sin que se diera cuenta.
Me da mucha pena, aunque es mejor que no fume.

Unknown dijo...

Ay preciosa procura no fumar pq sino tu spanker que odia el tabaco te va a poner el culete como un tomate.

Reinard Reynardus XIV dijo...

Esta vez no he sabido ver, en esta entrada, ninguna narración sobre spanking. Sólo veo una relación de maltratador/maltratada, de
abusador/abusada.
En mi grupo (Spanking català) el 22 de febrero, en una quedada presencial, estuvimos leyendo y comentando este relato y nadie de la reunión (16 personas, hombres y mujeres, spankers y spankees, amos, dominantes y sumisas) aceptó el relato como una relación spanker/spankee o amo/sumisa, todos estaban de acuerdo en que se trata de un abuso y de un maltrato evidentes.
El motivo de la no aceptación no son los castigos, es el desprecio a la persona (rasgar las entradas para el cine, tirar las palomitas y los refrescos que ella había comprado con ilusión y que le ofrecía contenta de verle). Eso para todos nosotros es abuso y maltrato.
Espero y deseo que tus relaciones personales no sean ni hayan sido jamás así. Las mujeres allí presentes, que muchas sí han vivido situaciones semejantes, harían cualquier cosa por librar a otra mujer de un maltratador y abusador semejante. Yo también.

Anónimo dijo...

Me encanta el modo en que lo relatas muy bien mi enhorabuena.