viernes, 15 de noviembre de 2019

Fin de semana.

Los planes no siempre salen de acuerdo a lo previsto, en ocasiones es necesario improvisar para aprovechar las situaciones y, así, convertir algo negativo en positivo.

Últimamente estoy aprendiendo y realizando cosas que jamás creí que haría, como tomar riesgos y atreverme a disfrutar del momento al lado de quien, quizá sin darse cuenta, me hace crecer y desear ser mejor persona y mejor spankee. 

Fuimos a ese lugar nuevo, uno donde tendríamos horas y horas a disposición para hacer y deshacer a nuestro antojo. Es difícil definir esto como una relación únicamente spanko o únicamente bdsm. Pero nosotros somos enemigos de poner etiquetas, simplemente hacemos lo que deseamos, lo que disfrutamos y, en ese disfrutar, está la disposición a probar cosas que antes no habíamos soñado siquiera. 

Es increíble la manera en que, sin importar el espacio, los cuerpos y las sensaciones se adueñan del momento. Cada vez es más difícil sostener la mirada ante un interrogatorio, por breve o inofensivo que este parezca. Definitivamente, me transformo en seda cada vez que mi spanker me pregunta los motivos por los que he hecho o dejado de hacer algo.

En cuanto él pone sus manos encima de mí, mi cuerpo solo se deja llevar, aunque sepa que pagará con dolor por cada fechoría, cada distracción, cada olvido o cada provocación hecha a propósito o no.

Antes siquiera de comenzar con el castigo, mis rincones han comenzado a reaccionar, la humedad ya se ha adueñado de ellos, es inevitable. Escuchar el tono de voz con el que me indica adoptar tal o cual posición, la fuerza de sus manos al sostener las mías o mis piernas cuando, involuntariamente, intento evitar el castigo. Pero es que él no toma en cuenta que el miedo me hace reaccionar, la culpa también es factor para empujarme a retarlo de esa manera.

Temo al castigo, es verdad, me aterra saber que recibiré el impacto del cinturón o de esa cosa infernal llamada 'cuarta'. Las tiras de cuero crudo son capaces de hacerme suplicar, prometer y hasta intentar huir. 

En algún momento me pareció buena idea salir corriendo y, estúpidamente, me refugié en un rincón de la habitación para, tristemente, terminar siendo azotada ahí mismo, de pie y con más motivos para ser castigada. 

Ciertamente deseo el castigo pero, cierto es también que me aterra cuando llega el momento de recibirlo. Mi spanker sabe que haré uso de cualquier posible argumento para justificar mis faltas, pero él sabe que no puede ceder, que su objetivo es disciplinarme, conseguir que me arrepienta y, en el mejor de los casos, lograr un cambio de actitud en mí. 

Es difícil expresar el cúmulo de emociones y sensaciones que me envuelven cuando decide ponerme sobre sus piernas, cuando sostiene mi cuerpo de manera firme y segura para, con tan solo su mano, hacerme sentir su niña con cada palmada. Y es también todo un fenómeno cuando me obliga a hacer la transición y pasar de ser su niña desobediente a su puta caliente (verso sin esfuerzo). 

El sometimiento es parte clave en este juego. Claramente se necesita una contraparte fuerte, estricta y responsable para lograr que la spankee ofrezca, además de sus nalgas, todo su cuerpo para disfrute y placer de su spanker. 

Sentir los azotes sobre mi piel es la forma de redimir cada motivo. Mis párpados apretándose en un intento vano por controlar el grito, mi cuerpo retorciéndose inútilmente porque, qué ilusa, él es mucho más fuerte que yo, él me controla mucho más allá de lo físico. 

El castigo, aunque no ha terminado se ha convertido en disfrute. Los cuerpos comienzan a entenderse más allá de azotes. El cariño se demuestra una y otra vez por medio de una amplia gama de juegos, posturas y reacciones. 

Sudor, jadeos, roces... Sé que estoy en las manos correctas, que puedo confiar y entregar lo que tengo y soy. 

Ya quiero que sea fin de semana. 

YoSpankee 


1 comentario:

edsuarmi dijo...

Sublime como siempre como describes tus percepciones y tus deleites.