lunes, 12 de agosto de 2019

Sorprendida.

Esa tarde recibí un mensaje suyo: te tengo una sorpresa, estoy muy ansioso por llegar a casa, espérame como ya sabes.

Mil mariposas comenzaron a darme vueltas en el estómago, justo el día anterior, habíamos estado platicando de que sería muy excitante esperarlo en casa totalmente desnuda en la cama para que, apenas entrar él, me cogiera de todas las formas posibles. Ni siquiera pude concentrarme el resto del día, estaba muy excitada porque, además, los días pasados había estado algo enferma y él con mucho trabajo, así que, después de todo, nos lo merecíamos.

Traté de salir temprano de la oficina, conduje hacia la casa un poco más rápido de lo normal, quería ducharme, encender algunas velas, tener listo algo por si nos daba hambre, en fin. Calculé el tiempo que regularmente tarda en llegar y cuando aún faltaban unos 15 minutos, me quité la bata de baño y, usando solo un calzoncito de encaje negro, me tumbé boca abajo en la cama a esperar... Escuché el motor del auto al llegar y el 'bip bip' de la alarma, mi cuerpo reaccionó de inmediato. Traté de ofrecer la mejor vista, mis nalgas estaban bien paradas, la espalda curvada, los ojos cerrados... Pude imaginar sus movimientos, adiviné cómo dejó el maletín y su saco en la sala, subió despacio la escalera y se detuvo en la puerta de la habitación. Seguramente, su cuerpo también había reaccionado ya, sé que esos calzoncitos negros le encantan, además, por la ansiedad que mostró en su mensaje, algo traía en mente.

Sabía de su presencia pero no quise voltear a verlo, quería sentirlo como un depredador acechando a su presa. Estaba atenta a sus movimientos solo por el poco ruido que hacía... Empezó a quitarse la ropa, deshizo con ansiedad el nudo de la corbata y la tiró al piso, después la camisa; desabrochó su cinturón y lo sacó despacio para, al final colocarlo sobre la cama, a un lado mío. El pantalón también quedó tirado, junto a lo demás y, con sólo el bóxer encima, comenzó a acercarse, a merodear alrededor hasta que, por fin, empezó a tocarme. Lo primero que hizo fue palpar mi entrepierna, parecía que quería asegurarse de que estuviera húmeda y dispuesta para él, así era. Lentamente comenzó a bajar el calzón, lo llevó con calma desde su lugar hasta medio muslo, yo estaba súper excitada. Luego tomó el cinturón y, doblándolo a la mitad, lo llevó en un recorrido suave por todo mi cuerpo, desde los pies, las pantorrillas, lo pasó por mis muslos y se detuvo un momento entre mis piernas y, con la humedad que ahí había, lo manchó un poco y continuó recorriendo las nalgas, la espalda y de regreso. Cuando llegó de nuevo a mi espalda baja, se acercó aún sigiloso y, con un susurro de su voz grave, me dijo: estaba ansioso por tenerte así, mi amor.

Mi piel se erizó, pequeñas contracciones comenzaban a sentirse en mi interior, estaba muy excitada con la idea del cinturón en mi piel, me encanta esa forma juguetona que tiene para explotar mis sensaciones cuando, de repente y sin previo aviso, estalló el cinturón contra mis nalgas. Fue un golpe seco, muy fuerte y que me sacó por completo del modo erótico.

- No, así no!! Me quejé con un puchero mientras me sobaba.

- Qué, ¿no te gustó?
- No, me dolió mucho!! Grité todavía con una evidente molestia.
- Pues, déjame decirte, señorita, que a mí tampoco me gustó haber recibido la llamada de tu doctor esta tarde.

¿Qué? Mis ojos se abrieron llenos de sorpresa. Esta tarde estuve en el consultorio del doctor, tuve que ir porque el malestar aún continuaba y, como no terminé el tratamiento anterior, quería que me diera otra cosa pues ya llevaba días sintiéndome muy mal. Cuando el médico me dijo que la mejor opción eran unas inyecciones, le dije que no, que mejor me quedaría así y, en un acto infantil e irresponsable, salí de su consultorio. Jamás me imaginé que se atrevería a llamarle para acusarme, qué se creía ese doctor.

- ¿Qué pensaste, que una vez más te saldrías con la tuya? No, señorita, así no funcionan las cosas... Y párame más esas nalgas, yo te voy a enseñar varias cosas hoy.

Y comenzó a dar fuertes cinturonazos sin parar, haciendo preguntas que ni siquiera me daba oportunidad de responder. Dolía muchísimo, mis nalgas se sentían muy calientes y, aunque intenté soportar el castigo, no pude evitar meter la mano y claro, eso solo empeoró todo.

- Qué vergüenza, Laura, haber tenido que ir al consultorio del doctor a recoger el tratamiento porque la niña hizo un gran berrinche y salió huyendo de ahí. Te advierto que voy a tolerar ese tipo de actitudes y si usted, señorita, quiere comportarse como una mocosa malcriada, así la voy a tratar... ¡¡Quita esa mano!!

El cuero del cinturón seguía estallando contra mis nalgas mientras yo me deshacía en promesas ininteligibles,mis puños se aferraban con fuerza a las sábanas y mi respiración entrecortada se agitaba cada vez más.

- Además, qué creías, que me ibas a distraer con esa actitud de putita caliente? No, señorita, hay prioridades y la de hoy es hacerte entender que: 1. No te mandas sola, tú no decides cuál medicamento tomas y cuál no... 2. No me volverás a mentir, estuviste varios días haciéndome creer que tomabas el tratamiento... 3. Yo soy quien decide cuándo y cómo te cojo... ¿Entendiste?

Todo lo anterior fue dicho mientras, jalando de mi cabello, caía una interminable cueriza sobre mis nalgas. Por supuesto, asentí a todo, no estaba en posición de ponerme digna. Lloré, pedí perdón, prometí ser más disciplinada y obediente con todo lo que tenga que ver con mi salud, sin embargo, él parecía no estar satisfecho.

Por un momento pensé que todo había terminado, qué ilusa fui, la pausa solo tuvo como objetivo poner un par de almohadas bajo mi vientre y empuñó de nuevo el cinturón.

- Quiero ver bien paradas esas nalgas, señorita, y separa bien las piernas.

Evidentemente, obedecí sin chistar y, cuando separé las piernas, un hilo de humedad se deslizó por mis muslos, estaba excesivamente excitada, él lo notó. Me ordenó contar 30 cinturonazos en voz alta y, después de cada uno, comprometerme a cumplir con el tratamiento a cabalidad.
Me pareció eterno el tiempo que transcurrió entre el primero y el último, traté de contar fuerte y sin equivocaciines, no quería que comenzara de nuevo, no quería empeorar todo, además, mi pobre cola no podría con más. Al finalizar, escuché que dejó caer el cinturón al piso, el golpe seco de la hebilla de metal me asustó, volteé en un acto reflejo y me encontré con una gran y deliciosa erección que rápidamente fue a internarse en mi vagina. De alguna manera, mi cuerpo necesitaba desahogarse pero, en ese momento entendí, que esto también era parte del castigo. Las embestidas era fuertes, rápidas, con un gran nivel de rudeza. Sus manos apretujaban mi cuerpo, dolía y el disfrute era un tanto confuso, al menos para mí. Cerré los ojos y traté de esperar a que terminara el asunto, sin embargo, las nalgadas comenzaron a caer nuevamente, con fuerza y acompañadas del correspondiente regaño que, a ratos, se entrecortaba junto con su aliento.

Montado sobre mi cadera, se hizo un poco para atrás y, con un poco de saliva, comenzó a meter un dedo en mi culo, no fue muy agresivo en ese momento pero, en un parpadeo, me mostró un supositorio blanco que, de un movimiento introdujo entre mis nalgas y lo acompañó empujándolo hasta el fondo con su dedo medio.

- El doctor dijo que era posible que tuvieras fiebre, sugirió unas cápsulas pero yo pedí este que es mucho más efectivo.

Y diciendo eso último hundió un dedo más y comenzó a bombear, tanto en un orificio como en el otro. Lo disfrutó, el sudor nos bañaba a ambos y, en una contracción, eyaculó dentro de mí y, acto seguido, se recostó sobre mi espalda llenándola de besos.

Con voz suave y respiración agitada, me dijo que no estuvo bien lo que hice, que él se preocupa por mí y que hará lo que sea necesario para que yo esté bien, así sea darme una muy buena cueriza y cogerme a la fuerza.

Se levantó perezoso y me ordenó no moverme. Obedecí.
Al poco rato volvió, me sobó ambas nalgas con la mano y, después, solo una con algo húmedo que ardió. De inmediato sentí la aguja atravesar mi piel, ya ya tuve fuerza para pelear, ni siquiera para quejarme.

- ¿Ves cómo no era para tanto, mi vida? Tú sabrás si las otras 5 inyecciones te las pongo igual que está. Anda, descansa, que te hace falta.

Me dio un beso dulce y húmedo. Lo último que vi, antes de caer en un sueño profundo, fueron sus nalgas morenas dirigirse al baño y, antes de entrar, voltear para lanzarme un beso mientras me decía: ¿Qué voy a hacer contigo, señorita?

YoSpankee

1 comentario:

Lau dijo...

Me gusto muchoo y me siento muy identificada ya que tambien me llamo Laura y tambien me dan miedo las inyecciones y mi novio me castiga porque no me las pongo a la final siempre me las pone el con la cola muy roja pero siempre termina consolandome