viernes, 18 de febrero de 2011

En el postgrado.

Helena se preguntaba cómo es que una sola persona puede guardar tantos misterios y a la vez ser tan transparente.


Algunos años atrás había conocido a Jesús, un chico con el que había coincidido en algunas materias de postgrado en la universidad local. El primer encuentro fue absolutamente casual, como sacado de una escena de película. Estaba ella mirando un pizarrón en el pasillo de las oficinas administrativas cuando, distraída, dio media vuelta y se topó, literalmente, de frente con él. Un par de libros y algunos papeles cayeron al piso y, mientras ella apenada se disculpaba, él sonriente insistía en que no era nada. Los dos acuclillados se presentaron sin saber que, a partir de ese momento, comenzaría una amistad que iría más allá de lo que cualquiera de los dos hubiera siquiera imaginado.


Minutos después se encontraban ambos en la cafetería compartiendo una taza de té y galletas. Parecía que se conocían desde siempre, la charla era fluida y ambos estaban sorprendidos de las ‘muchas cosas en común’ que tenían. El curso, ‘Literatura avanzada’, recién comenzaba y había varias materias en las que coincidían.


- Pues vamos, niña, o llegaremos tarde a nuestra primera clase.


Helena se sentía cómoda a su lado.


Pasaron un par de semanas y Jesús mostraba gran habilidad en las materias, no así Helena que a momentos parecía estar pensando en la inmortalidad del cangrejo cuando debería estar atenta en clase.


Cada uno, por su lado, tenía actividades fuera de lo que era el postgrado. Helena era publicista y Jesús era profesor en un colegio privado, uno de los más importantes de la ciudad. Sin embargo su pasión por las letras los había puesto en el mismo camino.


Solían verse algunas tardes para estudiar juntos, generalmente para que Jesús explicara o ayudara a Helena algún trabajo, tarea o proyecto. El tiempo que pasaban juntos era siempre agradable, a Jesús le divertía la manera en que ella cambiaba de tema rápidamente y en un parpadeo se habían alejado de aquello que los ocupaba inicialmente. Siempre era él quien ponía la conversación en orden y volvían a los libros.


Poco a poco fueron conociéndose el uno al otro, hablaron de sus vidas y las razones que los habían conducido hasta donde estaban en ese momento. A Helena le gustaba escuchar las historias, anécdotas y sueños de Jesús… y él lo notaba porque eran de las pocas veces que ella callaba, lo miraba atenta y sonreía. Jesús disfrutaba tanto esos momentos que, secretamente, anhelaba que llegara la hora de ver a Helena para hablarle, para compartir todo de él, para guiarla.


Jesús era mayor que Helena, quizá era esa una de las razones que a ella le hacían sentirse protegida… además de la gran admiración que sentía por él. Helena encontraba maravillosa la cantidad de historias que él tenía por contar, el altísimo nivel cultural con el que contaba y, además, la gracia en sus palabras para, siempre, atraparla y mantenerla atenta aún sin él darse cuenta.


Un día Helena no se presentó a clase. Jesús, preocupado intentó llamarla a casa pero no obtuvo respuesta. No era normal que ella se ausentara de esa forma, menos cuando era día de revisión de proyectos, menos sin avisar… La llamada hecha al móvil tampoco obtuvo respuesta.
Por la noche Jesús fue a buscarla a su departamento, las luces estaban encendidas así que estaba en casa. Tocó el timbre.

- ¿Quién es?
- Hola, nena, soy yo, Jesús.
- Hola, pasa por favor.

El sonido seco de la puerta del edificio al abrirse fue como el disparo de salida para que Jesús echara a correr, subiera las escaleras y entrara, muy preocupado, al departamento de su amiga.

- Perdona, la puerta estaba abierta, Helena, qué pasa, ¿estás bien?

Había tristeza en su mirada, quizá lágrimas recién derramadas.

- No puedo, Jesús. Decidí que soy un fiasco, las materias son muy pesadas, las tareas interminables y yo un tanto incapaz. Lo siento.
- Pero, nena. ¿qué pasa, por qué esa actitud?
- No lo sé, quizá es que me di cuenta de que no es esto lo que quiero… entre mi trabajo y tantas responsabilidades… ¿sabes?, creo que dejaré el post grado.

- No, no puedes hacerlo…


Jesús no sabía qué decir, de qué forma ayudar a esa chica que parecía siempre tan fuerte y hoy, hoy simplemente se veía pequeña e indefensa. Rápidamente pensó en sus opciones, trató de encontrar la mejor manera de hacerla entrar en razón.

- Helena, no es justo esto que haces. No es justo para ti… ni para mí. Eres egoísta.
- Pero Jesús, ¿no te das cuenta?... ¡NO PUEDO!
- Basta, Helena, no es necesario que grites… te comportas como una chiquilla.
- ¿Sabes qué, Jesús?... piensa lo que quieras… no tengo ganas de discutir y tampoco creo que sea necesario darte explicaciones…

La respuesta de Helena entristeció a Jesús, se sintió ofendido y decepcionado pero su intención seguía siendo hacer entrar en razón a la chica, después de todo, era obvio que estaba fuera de sí.

- ¿Y tú sabes, jovencita, lo que te hace falta a ti?

Helena había adoptado una actitud necia, cobarde y hasta grosera. Con la sola mirada retaba a ese hombre apuesto y noble que, a pesar de todo, siempre la había apoyado. Los pocos meses que llevaban de conocerse habían bastado para que ella confiara plenamente en él… y acaso aprovecharse del cariño que, también, se había desarrollado de parte de ambos.

Sin más, Jesús tomó a la chica del brazo y, sin mediar palabras se sentó en el sofá y la tumbó en su regazo… ella estaba sorprendida y no sabía cómo reaccionar. Intentó forcejear, pataleó y preguntó qué era lo que hacía obteniendo como única respuesta un suave tirón de oreja y un par de regaños más…

El corazón de Jesús latía rápidamente, lo único que venía a su mente era la necesidad de permanecer cerca de Helena, ayudarla, hacerle entrar en razón…

Helena, por su parte, podría poner a competir los latidos de su corazón con los de ese chico que la tenía sometida… jamás hubiera imaginado que la dulzura que siempre demostraba podría convertirse, de pronto, en autoridad y disciplina.

Tan abstraída estaba que no se daba cuenta que Jesús le estaba haciendo una pregunta e insistía en obtener una respuesta satisfactoria porque…

- Ah, grosera, ¿no me vas a responder, eh?... ahora mismo vas te voy a enseñar modales y algo más…

CONTINUARÁ…
Yo Spankee
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Vaya, se estaba tardando Srita.

Rico texto, esperemos la continuación.

Saludos