A veces me gusta tentar a la suerte, tocar los límites de mi spanker y poner a prueba su paciencia. Muchas de esas veces termino arrepintiéndome por haberlo hecho, esta última no fue la excepción.
Llevaba varias advertencias acerca de mi vocabulario y como, personalmente, no me parece algo tan grave, no le di ninguna importancia. En mi defensa, diré que es una forma de hablar coloquial y divertida pero que, al final, no le hace daño a nadie... Procuro no ser ofensiva, simplemente, hay veces en que ese tipo de palabras le dan más sabor a las expresiones.
Estando sentados a la mesa en el comedor de casa, tratando algunas cuestiones profesionales mientras comíamos alguna botana, me pareció muy divertida la idea de aplastar y desmoronar el bocado que él estaba a punto de comer. Terrible idea. Traté de hacerlo ver como lo que fue, una broma inocente y divertida pero, bueno, él no lo vio así. Se puso de pie y enérgicamente me ordenó limpiar lo que se había caído al piso pero, amigos (especialmente spankees), ustedes saben que es difícil deterner la bola de nieve, una vez que esta ha sido lanzada cuesta abajo. Me negué a hacerlo así que sin más, me inclinó sobre la mesa y me dio una docena de nalgadas muy fuertes encima de la ropa e insistió para que limpiara el desorden, me negué de nuevo. Esta vez, sus manos fueron directo al borde de mi pantalón y lo bajaron de un movimiento, no sin un poco de resistencia de mi parte y, así, con las nalgas al aire recibí UNA sola nalgada, pero fue una de esas que te hacen tomar mejores decisiones en la vida, sin embargo, ya era muy tarde, la bola de nieve iba creciendo cada vez más.
La ironía, el sarcasmo y retar a mi spanker, son cosas que me salen de manera natural, no puedo evitarlo y, por supuesto, son el tipo de cosas que me meten en problemas más seguido de lo que mis nalgas pueden soportar. Pero mi spanker suele reaccionar como lo que es, un hombre que gusta de tener el dominio de la situación, la persona que impondrá el orden y, sobretodo, quien tiene en su poder el freno de mano para emergencias. Es su placer controlar mis desvaríos, aplacar mis neurosis y, con nalgadas de por medio, poner fin a mis rabietas y atrevimientos.
Después del evento con el bocadillo y mi resistencia a obedecer, continuamos trabajando, yo sé ser seria y profesional pero, por favor, no me pueden exigir que lo haga si lo tengo a él al lado. Cómo puedo concentrarme ante esa mirada fuerte, esa sonrisa entre tierna y demoníaca, esa casi descarada invitación a provocarlo, absorta en esos pensamientos, le pedí que me regalara un beso y, aunque yo esperaba una respuesta inmediata, al señor se le ocurrió bromear: no te lo regalo, te lo vendo, ¿cuánto traes?
En ese instante sentí que mi sangre spankee comenzó a hervir. ¡Ya no quiero nada!, dije mientras me cruzaba de brazos y fruncía el ceño.
Aquí cabe hacer una aclaración, amigos, a YoSpankee le gusta recibir las cosas que quiere, cuando quiere y justo como las quiere; si no, se emberrincha, hace pataleta y ya no quiere nada. Entonces, montada en un drama, me limité a permanecer callada y desviar la mirada hacia otro lado, él, por su parte, solo reía e intentaba sacarme de mi lapsus spankus (vulgarmente llamado berrinche) pero sin éxito alguno. Supongo que estábamos por llegar al borde de su paciencia pues, en un último arranque, comencé a decir tonterías, a reclamar cosas estúpidas y, cuando caí en cuenta de lo que había hecho, era porque ya me había tomado del brazo y, poniéndose de pie, me hizo arrodillarme frente a él. Bajó el cierre de su pantalón y sacó su pene erecto. Me tomó del cabello y, con apenas un poco de fuerza, me hizo abrir la boca.
Es spanker, obviamente esas pataletas mías son su alimento. Estaba un tanto impresionada por el nivel de excitación al que, sin intención alguna, lo había llevado. Desde mi posición podía ver cuánto estaba disfrutando el momento. Tenía los ojos cerrados y la cabeza un poco echada hacia atrás y, siendo sincera, me encanta poder regalarle esos instantes de placer pero, de nuevo, YoSpankee estaba despierta, así que simplemente me detuve, me puse de pie y me hice la enojada. Su respuesta: me tomó del brazo y a rastras me llevó hasta el sofá, bajó mis pantalones junto con la ropa interior, con la mano izquierda me obligó a inclinarme con un movimiento brusco y, con la otra mano comenzó a azotar muy fuerte, una nalga primero, luego la otra y después justo a la mitad abarcando ambas. Dolía muchísimo y, aunque intentaba esquivar o defenderme de alguna manera, me tenía por completo sometida. Obviamente, su fuerza es mucho mayor que la mía y supongo que lastimé un poco su ego de macho al, deliberadamente, detener el sexo oral sin explicación alguna.
Después de no sé cuántas nalgadas bien dadas, se detuvo. Intenté ponerme de pie pero, de inmediato, recibí la orden de no moverme, ese tono de voz no daba lugar a ningún tipo de duda y obedecí sumisa.
Pude escuchar sus pasos al salir de la habitación, fue a la cocina y, tras buscar algunas cosas, volvió a la sala, dejó algo sobre la mesa y se dirigió hacia donde yo estaba. Me quitó la blusa, desabrochó el sostén y se deshizo de ambas prendas. Quedé solo con los jeans y los calzones en los tobillos, de nuevo me tumbó sobre el brazo del sofá.
No sabía qué esperar. Comenzó con la regañina por mi vocabulario, por la forma en que lo reto a través de WhatsApp o vía telefónica. Se burló de cómo cambian las cosas cuando ya estoy frente a él, de espaldas, en realidad y acercándose a mi rostro me mostró una barra de jabón, muy grande para mi gusto, me obligó a abrir la boca y la metió con evidente molestia.
- Pobre de ti si la dejas caer, señorita.
El sabor a jabón es horrible, nauseabundo. Me habría gustado escupir la barra sobre el sillón pero el dolor en mis nalgas indicaba que sería muy mala idea. Cerré los ojos y traté de esperar lo más pacientemente posible. No tuve que hacerlo durante mucho tiempo pues comencé a sentir un ardor particular que recorría toda mi espalda. Un gran trozo de hielo era arrastrado desde mi cadera hasta mis hombros y cuello, luego por mis costados y finalmente por ambas nalgas que, en tales circunstancias, lo recibían agradecidas. El choque térmico me hizo aflojar la mandíbula y, en un descuido, la barra de jabón rebotó en el asiento del sillón. Las nalgadas no se hicieron esperar y la regañina tampoco.
- Vuelve a poner ese jabón en tu boca, no es posible que seas incapaz de seguir una instrucción.
Mi pobre cola era aporreada con singular dureza y, aunado a eso, la piel mojada hacía que el castigo fuera mucho peor. En adelante traté de apretar lo más posible la barra con los dientes pero, en serio, el sabor era insoportable así que, sin que él lo notara, la saqué de mi boca y la sostuve con la mano mientras él alternaba nalgadas y hielo... Pero luego se dio cuenta y, con un grito, me ordenó ponerla de nuevo en su sitio mientras arremetía de nuevo a mano limpia.
- ¡¡Chamaca mañosa!!
Al final, todo terminó con mi cuerpo tembloroso, no solo por la tunda y por el hielo, el proyecto tuvo que esperar un poco más para ser terminado.
YoSpankee
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