El malestar era insoportable, tanto como para acudir al médico y estar dispuesta a llevar el tratamiento tal como lo indicara.
- Lau, tienes una infección bastante fuerte en la garganta, definitivamente te voy a dar un tratamiento de antibiótico te sentirás mucho mejor. ¿Qué prefieres, tabletas o inyecciones?
- Inyecciones. Se adelantó Gina, antes de que yo pudiera responder.
El doctor se dio cuenta de que ella es quien manda pues, aún con mi cara de inconformidad, no me atreví a contradecirla.
- Muy bien, serán 5 inyecciones, una cada día, alternando una y otra nalga para que sea menos incómodo. ¿Está bien?
No me quedó más remedio que asentir resignada.
Apenas salimos del consultorio, fuimos a la farmacia a surtir la receta. Recibimos 5 cajitas, un paquete de jeringas con aguja, algodón y un frasco de alcohol. Gina parecía niña en juguetería y yo, por el contrario ya había comenzado a sufrir.
No estoy muy segura de lo que me pasa con las agujas, sobretodo si van a ser clavadas en mis nalgas. Tenía miedo, mucho, porque además sé que Gina lo aprovecharía como método de castigo pues, a pesar de sus advertencias, no había tenido el cuidado suficiente en esta temporada de lluvias y, consecuentemente, enfermé horrible.
Soy hija, soy rebelde y, por si fuera poco, soy spankee... Así que, en cuanto llegamos a casa y Gina me envió a mi habitación a ponerme la pijama y prepararme porque, enseguida, iría a aplicarme la primera dosis del tratamiento, pensé en todo, menos en obedecer.
Entré a mi habitación y mi cerebro se esforzaba por encontrar la manera de evitar la inyección pero, obviamente, sin éxito alguno. En eso llegó ella y, al notar que ni siquiera me había cambiado la ropa, comenzó la regañina y, por supuesto, mi bocota no sabe quedarse callada.
- No, no quiero... Lo hiciste a propósito, el doctor me podía dar tabletas y tú a fuerza pediste inyecciones... Si tanto las quieres, pues póntelas tú...!!!
Demasiado tarde me di cuenta de lo que acababa de suceder y, lo peor, de las consecuencias que ello tendría.
Hecha una furia, Gina depositó la pequeña charola en donde llevaba todo para la inyección, sobre el escritorio. Con parsimonia y un toque de crueldad dobló sus mangas y me tomó del brazo... No dijo nada, solo se sentó en la silla, me jaló sobre sus piernas y comenzó a dar nalgadas. Así es ella, no avisa, solo actúa.
Empezó muy fuerte desde el principio, su enojo podía sentirse en cada palmada que caía, de manera intercalada, en una nalga primero y después en la otra.
- Esto es para que aprendas a respetarme, jovencita, la siguiente vez que yo te ordene algo, vas y lo haces de inmediato, ¿está claro?
Por supuesto que estaba claro, en semejante situación, más clara ni el agua... - Ay, ya, por favor, Gina, te prometo que voy a obedecer...
Sorprendentemente me dejó levantarme de su regazo y de inmediato corrí a ponerme la pijama mientras, entre gimoteos, me sobaba las nalgas.
Cuando volví, ella ya estaba preparando la inyección, me parecía todo un ritual y, de pronto, la habitación estaba llena de ese horrible aroma a medicina. Terminó de sacar las burbujas de la jeringa y, con la aguja hacia arriba, un chorrito de antibiótico salió. Tomó el algodón, lo empapó en alcohol y me ordenó tumbarme boca abajo sobre la cama.
Definitivamente, es una posición que conozco a la perfección, sin embargo, a pesar de que tenía miedo y mis ojos estaban llenos de lágrimas, obedecí de inmediato una vez más.
Ella se acercó, bajó el pantalón de mi pijama y lo dejó a la altura de mis muslos de manera exagerada y hasta un tanto brusca. Comenzó a limpiar el área, sobre la nalga izquierda, donde clavaria la aguja y no paraba de decirme que esperaba que aprendiera la lección, que con la salud no se juega, que soy una irresponsable y que me merezco esto y más. En un movimiento rápido clavó la aguja en mi pobre nalguita y, por dramático que parezca, pude sentir cómo mi piel era atravesada, milímetro a milímetro, hasta topar en la base de la aguja y, entonces, el líquido blanco comenzó a entrar. El dolor era terrible y yo, sensible como ya estaba, comencé a llorar y, en un intento por patalear, recibí una veloz tanda de nalgadas, junto con un regaño y la advertencia: vuelve a moverte y verás cómo te va, escuincla!!
Retiró la aguja y sobó nuevamente con el algodón y el alcohol, yo seguía hecha un mar de lágrimas.
- Ahora, señorita, te voy a dar motivos para que llores con provecho. Ve por tu cepillo y regresas aquí, además, recuerda que esta es apenas la primera.
Fin.
2 comentarios:
Querida Lau, veo que sigues siendo tan berrinchuda e indisciplinada como antes solo que ahora tienes quien te pone los puntos sobre las ies. Me alegro por un lado aunque por otro me apena no ser yo quien te nalguea, pero sé que estás en buenas manos así que me quedo tranquilo, un besito y muchos abrazotes de tu amigo madrileño que te quiere Jesús.
Ay Lau te entiendo porque yo tambien le temo a las inyecciones y mi novio/spanker me las pone asi yo no quiera y pues me han puesto para una infeccion en la garganta y son muy dolorosas o al menos las que me recetaron a mi
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