Era nuestro aniversario, estuve esperando por la sorpresa que anunció que me tenía. Un par de días antes, por fin, me dijo que iríamos a mi restaurante favorito, es un lugar italiano que adoro y que, además, el dueño es muy amigo suyo, al igual que Enrique, el capitán de meseros quien, además, le tiene mucho respeto, agradecimiento y cariño.
Me dijo que sería una noche especial, él haría que así fuera pero necesitaba de mi colaboración. Necesito que te vistas para disfrutar toda la noche, y enfatizó, 'TODA LA NOCHE'.
Obviamente fui de compras: un vestido muy elegante, la ocasión y el lugar lo ameritan, zapatos, un par de aretes hermosos, maquillaje nuevo a nadie le cae mal y, por supuesto, lencería. Uffff, sé perfectamente qué tipo de prendas lo vuelven loco, quiero derretirlo solo con verme.
Fui al salón de belleza, aproveché para hacerme de todo, quería estar perfecta para él. Nada ni nadie podría arruinar nuestra noche... ¡¡TODA LA NOCHE!!
La sola idea me hacía humedecer, no sólo era la cena, el regalo que seguramente tendría para mí, sino lo que pasaría después. Somos una pareja que sabe satisfacerse mutuamente, hacemos y deshacemos con tal de lograr el placer en el otro, además, hacía tiempo que no nos dábamos la oportunidad de escapar de los compromisos, ya era justo.
Pero qué guapo es mi hombre, tan varonil y seductor, ese traje oscuro le queda perfecto, claro, sobre ese cuerpo hermoso, cualquier cosa se verá increíble... Y su rostro, esa barba y esa mirada obscura. En fin, vayamos a nuestra cita, toda la noche, recuérdalo.
El restaurante, increíble como siempre, la mejor mesa, nuestra favorita. Quiero que todo salga perfecto, no toleraré ningún error, quizá estoy siendo demasiado exigente con el mesero pero, caramba, es lo menos que podemos pedir. Pero, es que, la música no es la que me gusta, la sopa está muy caliente, que nos cambien las copas ahora mismo.
De pronto, supongo que a petición del mesero, apareció Enrique en nuestra mesa.
- ¿Todo bien, señores?
Pude notar el gusto que les dio saludarse, el abrazo fraterno entre ambos hombres era evidencia del gran cariño que se tienen. En cuanto terminaron con los saludos procedí a la queja. Sé que a veces puedo ser un tanto exigente, al grado de insoportable, pero solo quería lo mejor para esa noche. Dentro de mi lista de quejas no me percaté de la mirada severa y llena de desaprobación mientras, el capitán de meseros, soportaba mi actitud con educación y, claramente, comprometido por quedar bien con su amigo.
Al final, todos mis caprichos fueron cumplidos y quedé feliz, sin embargo, apenas se marchó el capitán, él me tomó fuerte la mano y, con esa mirada que conozco perfectamente, me dio a entender el giro que nuestros planes acababan de dar.
Intenté justificar todo, realmente lo había hecho por él, ¿por qué no lo entendía?
- A ver, Patricia, ¿tú sabes lo que pasaría si el dueño del restaurante se entera del numerito que acabas de armar?
- Es tu amigo, no pasaría nada, yo podría explicarle justo lo que acabo de explicarte a ti. No exageres, cariño.
- No te das cuenta de que esta gente depende de su trabajo, ¿verdad? Si ellos lo hubieran hecho mal, yo mismo habría puesto una queja, pero no ha sido así. Te has pasado toda la velada siendo grosera con el mesero primero y con Enrique después. ¿Qué pretendes?
- Cariño, ya te dije que solo quería que todo fuera perfecto, además, Enrique ha sido muy comprensivo, seguro que él entendería mejor que tú lo que está pasando. Además, el dueño ni siquiera está aquí está noche.
Pude notar de inmediato su gesto duro, más de lo que ya estaba desde el principio. Bebió lentamente de la copa, limpió sus labios con la servilleta, se aclaró la garganta y...
- Muy bien, así lo has decidido, señorita. Nos vamos a casa, el plan de 'toda la noche' sigue vigente pero ya sabes lo que pasará, conoces muy bien de qué manera arreglaremos esto tú y yo. Ahora, como estás tan segura de que Enrique entenderá la situación, antes de marcharnos, irás con él y te disculparás por lo grosera, berrinchuda y caprichosa que has sido pero, además, le contarás con lujo de detalle la forma en que te haré pagar por ello.
- Ppp... Pero...
La mirada que me lanzó no daba lugar a ningún 'pero'. Me puse de pie y fui a la cocina a preguntar por Enrique, de inmediato le avisaron que lo buscaba y alcancé a escuchar un 'ahora qué' lleno de fastidio.
Me dio mucha vergüenza. Aún así, profesional como es, salió con una sonrisa amable.
- Dígame, señora, en qué le puedo servir...
- No, Enrique, en realidad, vengo a disculparme (Dios mío, qué vergüenza). No debí tratar así a tu mesero, a ti tampoco, lo lamento mucho, te aseguro que no volverá a pasar.
- No, por favor, señora, para eso estamos, no tiene que disculparse por nada, al contrario, yo...
- Por favor, Enrique, déjame terminar. Hoy me he portado como una niña malcriada, he sido caprichosa y grosera así que (sentía mil colores adueñarse de mi rostro), señalando nuestra mesa, nos iremos a casa porque él cree que es conveniente aplicarme un correctivo por lo que sucedió. Seguramente, me pondrá sobre sus piernas y me dará mis buenas nalgadas, primero sobre el vestido, después sobre los calzones y, al final, sin ellos. Después, lo más probable es que, con las nalgas ya bien rojas, él se quite el cinturón y me dé una muy buena cueriza. Te aseguro que dolerá mucho y terminaré llorando , suplicando que se detenga y prometiendo que no lo volveré a hacer. Te aseguro, Enrique, no lo volveré a hacer y estoy muy apenada por todo esto.
Mis ojos estaban llenos de lágrimas, mi cara roja de vergüenza y miedo, mis piernas temblaban al igual que mi voz.
La mirada de Enrique era de compasión y ternura aunque, en algún momento, noté un dejo de satisfacción.
- Pierda cuidado, señora, no tenía por qué haberme dicho todo esto, sin embargo, le agradezco el gesto y deseo que el castigo no sea tan duro pero, lo más importante, que usted aprenda su lección.
Me dio un suave apretón en el hombro y, a distancia, se despidió de su amigo que, apresurando la situación, ya había pagado la cuenta y, agitando la mano al aire para despedirse, le lanzó un guiño cómplice. Yo salí lo más rápido que pude, creía que las miradas de todos los comensales se clavaban en mí pero, al llegar junto a él, me detuvo del brazo y, con una sonrisa perversa murmuró en mi oído: no hay prisa, nena, tenemos toda la noche.
FIN
YoSpankee
1 comentario:
Patricia, buena te la ganaste esa noche arruinaste la cena y la convertiste en una buena zurra supongo que incluso con birching lo cual haría que las nalgas doliesen más. Bueno tú estás acostumbrada así que incluso disfrutaste. Otra azotaina para la saca.
Publicar un comentario