Las últimas semanas han sido complicadas, mi salud ha sido uno de los factores para ello. Ayer no salí de la cama, tenía un terrible dolor de cabeza, el cuerpo también dolía y la fiebre no se hizo esperar.
Para el medio día me dolía el estómago porque tenía hambre, es decir, mi cuerpo exigía alimentos, pero el ánimo opinaba lo contrario.
Más tarde recibí una llamada de mi amigo José, preguntaba si estaba bien porque no había acudido a la cita que teníamos esta mañana para revisar algunos detalles de un proyecto que tenemos en común. ¡Rayos!, lo olvidé por completo. Supongo que mi voz parecía de ultratumba porque él adivinó que no me sentía bien y hasta se ofreció para llevarme al medico.
- No, José, cómo crees... Te prometo que en un rato voy yo, no es necesario que te molestes...
Sí sí, estoy segura, no pasa nada.
Sí sí, estoy segura, no pasa nada.
Colgué el teléfono y, de nuevo, me acurruqué en mi cama y dormí, dormí hasta que no pude más.
No sé exactamente cuántas horas fueron, pero ya era tardísimo. Por fin, mi estómago ganó la batalla y, arrastrando los pies, fui hasta la cocina... Es en estas situaciones donde me arrepiento de ser tan desordenada, tan floja y... ¡No hay nada qué comer! Serví cereal en un tazón, lo comí seco porque no tenía leche en el refrigerador, un par de bocados fueron suficientes.
El dolor de cabeza había cedido un poco, al parecer, la fiebre también. Supongo que lo único que necesitaba era descansar.
Revisé mi celular, tenía varias llamadas perdidas de José, unas 6... Intenté devolver la llamada pero no tuve suerte. No era importante, pensé.
Me tumbé en el sillón, encendí la laptop y me preparé para un buen rato de Netflix...
Sonó el timbre, en realidad no esperaba a nadie, así que lo ignoré y seguí en lo mío, pero seguían insistiendo de tal manera que, malhumorada y somnolienta abrí la puerta con la peor de mis caras.
- Laura, estás bien, qué gusto. Disculpa que haya venido así, te marqué al celular pero jamás respondiste, ¿qué te dijo el médico?, te escuché muy mal cuando hablamos esta tarde.
Lo anterior fue dicho mientras él me sostenía de los brazos y, como tardé en reaccionar, al hacerlo me safé con un poco de agresividad y fastidio.
Suéltame, le dije, ¿te crees mi papá o qué?
José siempre ha sido una finísima persona conmigo, respetuoso, cariñoso y amable; no sé por qué respondí así, era obvio que estaba preocupado. Cuando quise disculparme, quizá ya era un poco tarde.
- No sé por qué te pones así, Laura, lo único que hice fue preocuparme por ti, si estoy aquí es porque creí que realmente estabas mal... Ahora veo que no es así, siento haberte molestado. Buenas noches.
Se dio la vuelta y se fue, no supe qué hacer, no me atreví a detenerlo porque no sabía cómo hacerlo. Cerré la puerta y me recargué en ella dejándome caer hasta el piso... ¡Estúpida, estúpida!, me decía a mí misma. José es la última persona en el mundo que merece ser tratada así. Entonces reaccioné, rápidamente me puse de pie y le llamé al celular... ¡¡Contesta, por favor!!
- Diga. Al fin respondió.
- José, por favor no te vayas... Es que he tenido un día horrible, de verdad me sentía muy mal, no mentí... Y luego, no he comido nada y muero de hambre... Y es que no he hecho el súper porque no he salido de casa... Por favor vuelve, discúlpame, ¿sí?
- ¿Entonces no fuiste al médico?
- Eh... Yo... Nno, pero ya me siento bien, ya no me duele la cabeza, ya se quitó también la fiebre... Regresa, por favor, vamos a platicar, ¿si?
Después de un largo silencio:
- Está bien, sí quiero hablar contigo, pero deja voy a comprar algunas cosas, necesitas comer algo. No tardo.
Y colgó. Me sentí aliviada, de verdad no sé por qué tengo esa horrible forma de reaccionar y de lastimar a las personas que quiero y me quieren. Además, aún tenía muchísima hambre, qué bueno que se le ocurrió ir a comprar algo. Caray, siempre me salgo con la mía, pensé y sonreí descarada.
No pasó mucho tiempo y volvió a sonar el timbre, contenta corrí a abrir... Lo recibí con una gran sonrisa, traía algunas bolsas en las manos y sorprendida le dije que no debió molestarse.
- Guarda silencio, me dijo en un tono seco y molesto, no supe qué decir y me limité a observar cómo llevaba las bolsas a la cocina.
- Ven, vamos a tu habitación, no es verdad que ya estás bien, debes estar en la cama. Te prepararé la cena en un momento.
De la mano me llevó a la recámara. Apenas entramos y, tomándome por sorpresa, comenzó a darme palmadas en las nalgas sin soltar mi mano.
- ¿Qué carajos crees que haces? Suéltame, ya basta, Josééééé!!
Por supuesto, no se detuvo, siguió azotando, incluso más fuerte. Yo forcejeaba, trataba de soltarme y de esquivar las nalgadas al mismo tiempo. De pronto, en un rápido movimiento se sentó en la cama y me jaló con la fuerza suficiente para tumbarme sobre sus rodillas. Yo gritaba y me retorcía, pataleaba y le suplicaba que se detuviera, pero no me hacía caso, al contrario, solo me decía lo irresponsable que era, lo desobediente que fui al no ir al doctor y, peor aún, lo estúpida que fui al quedarme sin comer todo el día.
Sin darme cuenta, de pronto me quedé sin el pantalón de la pijama pues él tiró del resorte y lo bajó hasta mis rodillas, después, con el pataleo terminó por salirse completamente... Yo seguía suplicando a ratos, gritando y amenazando a otros... Él no cedía nada, arremetía fuerte y rítmicamente contra mis nalgas con la mano bien extendida.... Después intentó bajar mis calzones, pero esta vez fui más rápida y, con ambas manos, agarré con fuerza el elástico; él, de manera inteligente, tomó los bordes del calzón, los juntó en el centro de mi cola y, haciendo un intento de calzón chino, dejó al descubierto la piel enrojecida y caliente de ambas nalgas y siguió azotando.
Yo estaba rendida, en algún momento dejé de luchar, me resigné a mi destino y comencé a llorar desconsolada. Las lágrimas bañaban mi rostro, la cola me ardía horrible y sentía mi dignidad más aporreada que mi parte posterior.
Por fin se detuvo. Despacio, me ayudó a levantarme y quitó la colcha de la cama.
Quiero que descanses, necesitas recuperarte, la salud no es un juego, ¿entendiste? Respondí asintiendo con la cabeza mientras con una mano me limpiaba las lágrimas y con la otra me sobaba las nalgas. Iba a darme la vuelta cuando me detuvo del brazo. Comenzó a desabrochar su cinturón y me dijo: aún no terminamos, jovencita.
Continuará.
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