Recuerdo el día en que nos conocimos, era una soleada tarde de verano. Me arreglé especialmente para él, no soy una chica particularmente guapa aunque sé que cuento con ciertos atributos.
Acordamos vía mail encontrarnos en el jardín principal del pueblo, él camisa a cuadros y una rosa roja, yo falda amplia y zapatillas negras. Por alguna razón cambié mi vestimenta de último momento y por comodidad calcé zapatillas deportivas y calcetas. Lo ubiqué de inmediato.
- Hola- Hola… ¿Lucía?- Así es, soy lucía… ¿cómo estás Gustavo?
Así nos encontramos y de inmediato noté cierto brillo en su mirada, tal cual la había imaginado después de tantas charlas vía msn. Sonrisa tierna y expresión cálida, un abrazo y paseo por el centro. Teníamos tantas cosas que decir, tanto que compartir…
Caminábamos muy cerca el uno del otro aunque yo noté cierta timidez en sus movimientos, en sus palabras y era cierto que mucho pasaba por su mente, también por la mía…
- Hace calor, ¿por qué no me invitas un helado? Le dije con premeditada actitud infantil.- Claro, justo te lo iba a proponer…
El helado era el pretexto para hacer una pausa, para ordenar mis ideas pues no sabía qué era exactamente lo que esperaba de este encuentro… las emociones y los deseos hacían tremenda revolución en mi interior. Seguimos caminando y era genial; risas y muchas cosas en común hacían del momento algo simplemente maravilloso. De pronto se me ocurrió la idea, no hubo mucho tiempo de pensarlo, le pregunté que si quería probar mi helado argumentando que estaba delicioso y de paso me animé a romper esa barrera de timidez que, quizá inconscientemente él estaba poniendo, acerqué el cono a su boca y de pronto le embarré el helado en la cara quedando su nariz por completo hundida en la lengüeteada bola de vainilla…
Mi risa rompió la tranquilidad que invadía la calle, él rió también. Me encantó su reacción hasta que, limpiándose la cara dijo: No sabes lo que acabas de hacer, señorita. Lo dijo con cierto tono que dejó entrever algo de picardía y un asomo de enojo. Volteó para todos lados para confirmar que nadie nos veía, se acercó a mí y me dijo al oído: Eres una niña muy traviesa, yo te voy a enseñar buenos modales. Yo me abracé de su cuello y hubiera querido en ese momento no soltarlo nunca pero tuve que hacerlo porque sentí un fuerte impacto de su mano sobre mi nalga izquierda y di un respingo. Auch!
No habíamos querido tocar el tema, si bien el medio por el que nos conocimos había sido un foro de ‘Spank y Azotes Eróticos’, no era esa la única razón por la que estábamos juntos en esos momentos. Desde la primera vez que tuvimos contacto vía mail hubo algo en él que me llamó la atención: era divertido, ocurrente y muy inteligente. Siempre he dicho que una de las cosas que más me llaman la atención de un hombre es que no tenga miedo a hacer el ridículo y sobre todo que me tenga paciencia, además de que sea muy inteligente. Él era todo eso junto… y estaba ahí para mí.
La tarde transcurrió divertida, platicamos mucho acerca de nuestras respectivas vidas y compartimos nuestras experiencias aunque el tema en común aparecía muy poco. Por la tarde noche acordamos ir a registrarnos al hotel porque aunque yo debía hacer la reservación, la verdad es que ‘olvidé’ hacerlo. Llegamos al hotel y: No hay habitaciones disponibles. Nos dijo la recepcionista al mismo tiempo que nos recomendaba buscar en algún hostal pues por ser fin de semana la mayoría de los hoteles estarían llenos. Muchas gracias, señorita. Buenas noches. Sentí la mano de Gustavo en mi cintura aplicando más presión de lo normal e inmediatamente que salimos me puso una cara de ogro que a mí me pareció tan divertida y no pude hacer otra cosa que comenzar a reírme.
Yo sabía perfectamente que si no hacía la reservación con tiempo sería imposible conseguir una habitación pero lo hice a propósito pues podría ofrecer mi casa sin temor a parecer muy atrevida. Hacía 2 años que me había mudado de casa de mis padres y el mismo tiempo viviendo sola en una casita a orillas de la ciudad que si bien no era lujosa al menos contaba con lo básico para vivir cómodamente además que ofrecía toda la privacidad para la ocasión.
Su expresión permanecía seria y el ceño fruncido enmarcaba aún más la mirada dura que me dirigía mientras yo le exponía la solución que se me ocurría en ese momento para compensar mi error.
- Está bien, Lucía. Vamos a tu casa y te agradezco mucho tu hospitalidad pero no creas que esto se va a quedar así.- Vamos pues, verás que no te vas a arrepentir y nos la pasaremos mejor que en el hotel.
Caminamos apresuradamente y subimos al transporte público que en 18 minutos exactamente nos dejó a una cuadra de mi casa, durante todo el tiempo yo mantuve una actitud despreocupada y juguetona. Ambos llevábamos equipaje aunque yo menos pues desde antes había trazado el plan que ahora se estaba ya llevando a cabo. Apenas entramos a mi casa y mi bolsa quedó aventada en el sofá de la entrada, su maleta en el piso, me atrajo hacia sí y me dio un beso maravilloso que jamás olvidaré. Nuestros cuerpos comenzaban a conocerse más allá de lo que nuestra charla, risas y bromas lo habían hecho por la tarde. Abrazados nos besábamos de pie en medio de la oscuridad pues ni tiempo me dio de encender las luces y la verdad era que tampoco me preocupaba pues estaba sumergida en una burbuja de ensueño. Sus labios y los míos complementaban el ‘click’ que desde antes siquiera de vernos las caras habíamos logrado.
Estaba feliz, sus brazos me rodeaban por la cintura y los míos a él por el cuello. De pronto me soltó y me dijo que teníamos muchos asuntos por resolver y unas cuantas explicaciones mías que dar. Puse cara de descontento pues no me había gustado que dejara de besarme pues, acá entre nos, lo hacía delicioso. Lo notó pues comenzó a regañarme por mi actitud, por todos mis desplantes infantiles a lo largo del día, por mi olvido de hacer la reservación y por mi mala cara al tener que ‘hacer cuentas’ de mi comportamiento que además traía arrastrando otras tantas cosas desde nuestras conversaciones por internet. Motivos no nos faltan, decía, pero quiero que seas consciente de que si bien soy tu amigo, también soy tu spanker porque ambos así lo decidimos…
Me sorprendía mucho el cambio de actitud que estaba presenciando. Gustavo era ahora el hombre serio y autoritario que muchas veces había enfrentado vía msn o por teléfono. Ese al que había retado confiada de la distancia que nos separaba y de la imposibilidad que tenía en ese momento para aplicarme cualquier castigo, inconsciente de que eventualmete habríamos de vernos las caras… El momento por fin había llegado.
- Enciende la luz, Lucía.
Lentamente procedí a cumplir la orden que se me acababa de dar, porque el tono que utilizaba Gustavo era ese, de orden, con voz fuerte y firme. Encendí la luz y me quedé de pie a un lado del sofá, él me tomó del brazo y me puso al centro de la habitación. Caminaba alrededor de mí mientras iba ennumerando una a una las faltas que había cometido desde el primer día que nos conocimos. Yo me estremecía porque a ratos gritaba y las amenazas sonaban tan fuertes que un miedo extraño comenzaba a recorrerme el cuerpo acumulándose finalmente en mi entrepierna.
- Antes de iniciar con el castigo quiero que te pares en ese rincón con las manos en la cabeza y los pies de punta, si bajas los talones y tocas mínimamente el piso, incrementarás el castigo así que, Lucía, anda al rincón.
Con la cabeza gacha y muchísimas cosas sucediendo dentro de mí me ririgí a la esquina que me indicó y asumí la posición tal cual me lo había pedido. Mientras estaba ahí tratando de controlar mi equilibrio con los pies de puntas, escuchaba detrás de mí que él abría su maleta y sacaba algunas cosas. Cautelosamente se adentró en la cocina y luego en mi habitación y justo cuando yo estaba a punto de bajar los talones pues la posición era de por sí incómoda, escuché que me llamaba desde el cuarto.
- ¡¡Lucía, ven acá, rápido, señorita!!
Rápidamente acudí a su llamado y no pude evitar sonreír cuando entré a la habitación y me encontré con una serie de cosas ordenadas en fila sobre la cama: reglas, unan vara, una tablita de madera, un cepillo para el cabello también de madera y un cinturón enrollado. Adiviné el uso que daría a cada objeto y una punzadita en mi interior con la conocida sensación de humedad en mi entrepierna me hizo reaccionar. Me tomó de la mano y de un movimiento me inclinó poniendo su brazo en mi vientre. Una tanda de azotes sobre los jeans me sorprendieron abstraída en mis pensamientos hasta que comenzó a doler un poco.
- Debías utilizar zapatillas negras, ¿recuerdas? No zapatillas deportivas y mucho menos con calcetas. Esa no es la forma adecuada para vestir de una señorita.
Estaba muy sorprendida por la forma en que comenzaron las cosas, la verdad es que el cambio de vestimenta también fue premeditado y yo sabía que tendría que pagar por ello, ahora lo estaba haciendo. Inclinada como estaba me limitaba a soltar algunos ayes que ni siquiera eran de dolor pero sí de sorpresa, de placer. La piel comenzaba a sentirse caliente aún con la tela que la protegía y con los párpados cerrados yo adivinaba cierto color rosado comenzando a incrementarse a cada palmada.
No pasó mucho tiempo cuando Gustavo de manera brusca, aunque siempre respetuosa, me despojó de los pantalones y me pidió asumir una posición que requería ya de cierto grado de sumisión que yo jamás había experimentado y que no sabía si sería capaz de conseguirlo.
- De pie con las manos sobre la cama. Inclínate.
Con las mejillas un poco ruborizadas tanto por el esfuerzo hecho en la pataleta como por la vergüenza que implicaba ofrecer mis, hasta hacía unos minutos, intactas nalgas ante alguien con toda la intención de tundirme por motivos que yo misma había dado… con premeditación, alevosía y cierta ventaja. Asumí la posición resoplando un poco pues no era fácil para una traviesilla como yo estar recibiendo su merecido después de tanto tiempo. Gustavo notaba cada detalle y parecía disfrutarlo, su sonrisa tímida y las miradas pícaras que me dirigía a cada momento eran pruebas de ello. Los dos estábamos disfrutando tanto el momento que no nos atrevíamos a hacer ninguna pausa aunque quizá lo que deseábamos era dar rienda suelta a la pasión que comenzó a crecer y crecer desde el momento en que se cruzaron nuestras miradas.
Las nalgadas se sucedían una tras otra alternando a cada lado y abarcando toda la zona, desde la parte alta de las nalgas hasta la parte baja de los muslos, ahí era donde dolía más pero yo estaba dispuesta a soportar hasta donde pudiera. Mi cuerpo se estremeció de manera un tanto violenta cuando noté que sus dedos se introducían lentamente en el elástico de mis bragas, negras y elegantes, que elegí a propósito de la ocasión; creo que ni lo notó. Mientras bajaba despació mi ropa interior yo apretaba los párpados tratando de ocultar toda la vergüenza que para mí representaba exponer de esa manera mi intimidad. Creo que ahí sí notó la creciente humedad que había en mi vagina pues en ese momento acercó su cuerpo al mío y sin permitirme perder la posición se inclinó a darme un beso tan dulce que yo hubiera optado por saltarnos la parte ruda y pasar a lo demás. Debo reconocer que ambas son igual de sugerentes, de atractivas, de deliciosas.
No sé cuanto tiempo más duró el castigo sobre mis nalgas desnudas que recibieron, por fin, el merecido castigo que por la distancia y la difícil coincidencia de tiempos había sido pospuesto tantas veces. Cada uno de los objetos puestos sobre la cama fueron impactados sobre mi culo poniendo énfasis con el cepillo de madera que dejó bien marcada la zona, incluyendo unos moretones sobre los muslos que después resultaron bastante dolorosos. A cada cambio de ‘instrumento’ había una pausa en la que se me hacía saber el motivo del castigo, la cantidad de azotes que habrían de ser aplicados y de vez en vez las causas por las que estos aumentarían; por interponer la mano, por ejemplo.
En ocasiones llegué a perder la posición pues el dolor superaba mi disposición a recibir el castigo que sabía era merecido pero en todas esas ocasiones la falta fue estrictamente marcada. Yo podía ver en mi spanker un esfuerzo por cumplir con el castigo tal cual había sentenciado él mismo, la dulzura en su mirada me hacía entender que si era estricto era para que yo aprendiera a comportarme pero que al mismo tiempo le requería cierto esfuerzo físico, psicológico y hasta moral.
Cuando por fin recibí el último azote, no de la noche obviamente, las lágrimas escurrían por mi rostro y bañaban parte de mi cuello y pecho, él me tomó del brazo y me ayudó a incorporarme. Me miraba fijamente y sonreía tan tierno que me sorprendió cuando me dijo: Tienes prohibido sobarte, abrázame. No pude evitarlo e hice una carita de puchero que fui obligada a borrar de inmediato con una fuerte nalgada que me recordó también que una de las lecciones recién aprendidas era la obediencia. Lo abracé, él hizo lo mismo.
Las nalgas me dolían y la necesidad de sobarlas era muy fuerte pero el abrazo me hizo olvidarme rápidamente de ello. Al levantar la cara después de haber hecho el puchero y recibido el consecuente castigo, Gustavo me miró a los ojos y yo no pude evitar clavar en los suyos mi mirada y posteriormente en sus labios haciendo una sutil invitación a que me besara. Lo hizo y a partir de ese momento la noche alcanzó niveles de magia que jamás olvidaré. Los castigos durarían para toda la noche y parte del día siguiente; los besos, los abrazos y la pasión que compartimos esa noche harían de ella algo verdaderamente inolvidable.
1 comentario:
Wow! Soy memo.spanker. Es una velada que seguramente todo spanker quisiera tener, especialmente, con una gran spankee. Afortunado ese hombre (creo que se llama Gustavo) por haber hecho click y haber llegado, por lo que leo, más allá del juego spanker-spankee.
Gran historia, como muchas otras que nos ofrece este maravilloso blog :D. Saludos para la chica maravillosa que lo ha creado.
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