viernes, 11 de octubre de 2019

Riesgos

Sabía el riesgo que estaba corriendo, mamá me dio permiso para llegar a casa a las 11 de la noche pero, seamos realistas, a esa hora apenas comienza la fiesta. Cuando faltaba media hora para que se cumpliera el plazo, la llamé por teléfono para conseguir un poco más de tiempo.

- Anda, má, es que es súper temprano. Te prometo que no te pido otro permiso en todo el mes... Y, y, y además, lavo los trastos de la cena todo el mes también, anda, ¿sí? Por fa!!!

Con mucha renuencia, al final, mamá aceptó extender el permiso.

- 12.30 am y ni un minuto más, entendido, jovencita?

- Gracias, má, eres la mejor, ¡te amo!

Regresé a la fiesta con la intención de disfrutar al máximo las dos horas que aún tenía por delante. Bailé mucho cante más y bebí un par de cervezas, aunque tengo estrictamente prohibido ingerir cualquier tipo de bebida alcohólica pero, la verdad, mamá a veces exagera, casi soy mayor de edad.

No sé en qué momento pasó, estuve súper pendiente del reloj y, cuando ya estaba a punto de irme, se acercó el chico que me gusta. ¡No!, ¿por qué ahora? Por Dios, es tan guapo, tan masculino, tan imposible decirle que no a algo.

Pasó media hora y mi celular no dejaba de vibrar con mensajes y llamadas de mi mamá y, entonces, se me ocurrió hacer una de esas cosas estúpidas que, por supuesto, uno jamás piensa, mucho menos, en las consecuencias que tendrá.

Contesté la llamada:

- Estoy ocupada, Gina, te marco más tarde o hablamos cuando llegue a casa. Y colgué.

En ese momento me pareció divertido, hasta me sentí importante frente a mi galán.

- ¿Le hablas por su nombre a tu mamá?
- Jajaja, sí, así nos llevamos.

Más tarde, mientras nos besábamos, un pensamiento repentino me distrajo: mi mamá ya no había escrito ni vuelto a llamar, ¡qué raro! Igual no le di importancia y seguí disfrutando de esos labios suaves y carnosos que, aunque inexpertos como los míos, me hacían sentir mariposas en el estómago.

El susto vino después cuando, atrapada entre el chico y el muro de la casa donde era la fiesta, sentí cómo me jalaron del brazo. No puede ser, mi mamá fue hasta la fiesta por mí, ¡qué vergüenza!

No dijo nada, solo me sacó de ahí a rastras. Me obligó a subir al auto y condujo en total silencio hasta la casa. Yo solo podía pensar en la terrible humillación que representó ser sacada por la fuerza de una fiesta, ¿y qué le iba a decir al chico?
Estaba muy enojada con ella, no quería ni voltear a verla. ¿Acaso nunca fue joven?, ¿por qué es incapaz de pensar en lo que yo quiero y siento?

El camino a casa fue muy rápido, mi respiración era agitada y la adrenalina recorría mi cuerpo. Bajé del auto y me di el lujo de azotar la puerta. Con pasos largos me dirigí a la casa y ansiosa esperé a que ella abriera porque yo no tenía la llave; mientras esperaba, golpeaba el piso con el pie, como para acentuar mi enojo.

El plan era entrar haciendo aspavientos y, de la manera más dramática, subir a mi habitación entre reclamos para, finalmente, cerrar la puerta con un gran azotón. Por supuesto, no contaba con la reacción de mamá quien, apenas entrar, me tomó del brazo y, tal como me sacó de la fiesta, a rastras me llevó hasta la cocina, tomó una cuchara de madera que estaba sobre la barra, aparentemente puesta a propósito y, sin mediar palabras, se sentó en una silla, me tumbó sobre su regazo y comenzó a azotar con mucha fuerza.

Yo no podía creelo, en ninguna de mis dramáticas fantasías me vi siendo castigada de esta manera. Los gritos salían de mi garganta, mis piernas se movían como si pretendieran salir corriendo pero, por increíble que parezca, mamá tenía el control. Mi cuerpo estaba siendo sometido pero, en el fondo, mi mente seguía creyendo que la ofendida era yo.

Mis nalgas comenzaban a arder, en ese momento era más grande la humillación que el dolor, sin embargo, las cosas cambiaron cuando ella bajó mis jeans, ni siquiera tuvo que desabrocharlos, solo los llevo hasta mis muslos de un solo momento y mis gritos y reclamos se incrementaron. Pero no quedó ahí, poco después, los calzones fueron a acompañar a los jeans, entonces sí, el dolor era el protagonista.

Por más que supliqué que se detuviera, por más que pedí perdón de mil y un formas, por más promesas hechas; nada la detuvo. Ella azotó tantas veces que terminé con el rostro bañado en lágrimas y asumiendo todas mis culpas.

Abruptamente se detuvo.

- Ve a dormir, mañana seguiremos con esta charla, jovencita. Y ni se te ocurra subir tu ropa, así como estás, irás hasta tu habitación.

Hecha un mar de llanto, me fui a mi recámara, llevaba la ropa en las rodillas y las nalgas al aire. Iba sobándome y tocando la piel hinchada y pensando en que, esta vez, había ido demasiado lejos y lo peor, esto aún no terminaba.

Supongo que el ruido hecho durante el castigo fue muy fuerte pues, antes de entrar a mi habitación, alcancé a ver a mi hermanito que, con lágrimas en los ojos y mirada compasiva, me decía: descansa, hermanita.

CONTINUARÁ...

YoSpankee

4 comentarios:

edsuarmi dijo...

Me encanto como siempre yo spankee

Mitosbdsm dijo...

Simplemente espero que siga ese castigo!! El ardor , dolor! Y la humillación deben seguir siendo el principal protagonista!
Una delicia!

Juanspanker88 dijo...

Esos horarios de llegar a casa están para algo, evitar ciertos problemillas en el futuro inmediato, convirtiéndose en el presente si no se respetan... Bonita historia o es un recuerdo de la adolescencia?

Lidia dijo...

Pobrecilla, pero en verdad es que se lo merece, los horarios son para cumplir así como también que la pobre madre hasta no ver a su hija preocupada estaría. Ya nos dirás cómo sigue la historia