domingo, 24 de noviembre de 2019

Correctivo.

Muchos eran los sentimientos que me embargaban al estar sentada en la pequeña sala afuera de su oficina. Desde ahí podía verlo enfocado en su computadora, con esa mirada profunda que puede hacerme sentir mil y un cosas, además, dado el nivel de concentración que siempre pone en su trabajo, el ceño fruncido enfatiza muchísimo más la profundidad de esos ojos cafés que logran hipnotizar.

Sabía perfectamente de mi presencia, fue él mismo quien me ordenó no moverme de ahí hasta recibir la instrucción correspondiente, - y piensa en lo que hiciste, señorita-, dijo antes de cerrar de un golpe la puerta de cristal de su oficina.

La culpa es grande, sé que mi falta fue terrible y sé también que deberé pagar muy caro por ello. 

Él es mi spanker, pero también es mi esposo y, más allá de eso, es mi cómplice de vida, mi guía y mi motor. Desde el principio llevamos una relación de disciplina en la que él es quien administra las lecciones y castigos, y yo soy la parte rebelde, receptora de dichos asuntos. Confío total y plenamente en él. Sé que cualquier decisión que tome o cualquier castigo que disponga para mí, será siempre con el único objetivo de ayudarme a mejorar y procurar mi bienestar.

Las personas de la empresa están habituadas a verme ahí, cuando no quiero o no puedo trabajar en casa, voy y me adueño de uno de los cubículos, al parecer ya me consideran uno más de ellos. Pero hoy no estoy trabajando, solo estoy ahí, sentadita en espera de lo que él decida. Ya pasó más de una hora y él no ha volteado ni a verme, creo que esta vez sí rebasé el límite, siento roto el corazón y, más allá del castigo que sé que me espera, lamento muchísimo haberlo decepcionado de esa manera.

Estaba un tanto absorta en mis pensamientos, que sólo reaccioné cuando sentí que me tocaron el hombro.

- Hola, Lau, ¿estás bien?
- Ah, ho hola, Cris, sí, estoy muy bien, ¿tú qué tal?

Era Cristian, sobrino y mano derecha de mi esposo en la empresa. Un chico muy inteligente y divertido. Cristian, además de apoyar en todo lo que tenga que ver con el negocio, es también cómplice de juegos, conoce muy bien el tipo de relación que llevo con mi marido porque, además, él también forma parte del mundillo, así que, de inmediato, supo que mi presencia ahí tenía un porqué.

- Te noto triste o angustiada, ¿pasó algo?
- Ay, Cris, otra vez metí la pata. Tu tío está muy enojado conmigo y creo que con justa razón.
- Oh, lo siento mucho, Lau. ¿Quieres venir a mi oficina, platicamos y tomamos un café?
- Me encantaría pero no debo moverme de aquí hasta que él indique lo contrario, lo siento.
- Vaya, ahora entiendo todo. 

Su rostro se tornó pensativo y, acuclillándose frente a mí, me miró fijamente y con un tono tierno continuó diciendo... 

- Hace rato, supongo que cuando fue por ti, mi tío me llamó por teléfono y me pidió que pasara a su casa a recoger un par de cosas y que las trajera a la oficina. 
- ¿Qué cosas?, pregunté entre curiosa y muy ansiosa. 
- El paddle de madera, la cuarta de cuero crudo y las esposas de piel. 

Solo tragué saliva y, sin querer, mis ojos se llenaron de lágrimas. 
Particularmente, la cuarta, solo la utiliza cuando la falta es muy grave y su objetivo es hacerme llorar hasta lograr un arrepentimiento real. 

- Lo lamento, dijo Cristian mientras apretaba la mandíbula sin saber qué más decir, él sabía perfectamente lo que pasaría al final del día y, por supuesto, yo también. 
- No te preocupes, Cris, imaginé que sería algo así. Luego te cuento bien lo que pasó. 
- Ok, Lau, lo que necesites, por favor, solo dímelo, ¿sí? 

Asentí mientras él se despedía, aún tenía que atender un par de clientes. Es gracioso cómo cambia mi postura, mis expresiones y mi mente cuando me encuentro en ese tipo de situación vulnerable. 
Cristian alborotó mi cabello, como quien lo hace con una niña pequeña, y salió de la oficina. Yo me quedé ahí, con el corazón mucho más aplastado de lo que lo tenía al inicio de todo esto. 

Aún no sé en qué momento decidí desobedecerlo. Había sido muy claro cuando me prohibió el uso de la camioneta porque, aunque sé conducir y lo hago habitualmente, hace dos meses había chocado el auto por conducir en estado de ebriedad. Me prohibió el uso de la camioneta (o cualquier vehículo automotor) a modo de castigo, me retiró temporalmente la licencia de manejo  porque los vehículos grandes y yo no nos llevamos bien. 
Pero nada de eso evitó que, viendo las llaves sobre la mesa, decidiera hacer caso omiso y, olvidando también la gran tunda que me llevé en aquella ocasión, subiera mis cosas al auto y condujera rumbo al centro comercial. Pensé que no se daría cuenta, después de todo, trataría de ser sumamente cuidadosa, solo iría a hacer un par de compras, comería algo rápido por ahí y volvería sin ningún tipo de percance a esperarlo en casa para ir al cine o a cenar algo rico. Nada salió como lo tenía planeado. 

Al sacar la camioneta de la cochera, sin querer, le di un pequeño golpe en un costado, es que es muy difícil maniobrar un vehículo tan grande, carajo. Bajé a revisar y se trataba de un raspón, uno pequeñito, ni siquiera lo iba a notar. 

Seguí con mi travesía y, justo un par de semáforos antes de llegar al centro comercial, quise ganarle al rojo y, ante el nerviosismo de no conseguirlo, giré el volante al mismo tiempo que pisé el acelerador. En un par de segundos estrellé la camioneta en un muro, tiré un árbol y quedé atorada con las llantas delanteras arriba de la banqueta. Pero qué carajos, cómo es que había pasado esto... 

Afortunadamente yo salí ilesa, no me pasó nada más allá del susto. No sabía qué hacer, ni siquiera podía llamar al seguro o a la policía porque, lo primero que cualquiera haría sería pedirme la licencia de conducir y esa la tenía mi esposo bajo llave así que, sí, la lógica indicaba que tenía que llamarlo a él primero.

La llamada fue difícil, por supuesto, pero su primera preocupación era que yo estuviera bien, el auto era lo de menos, dijo, y esa reacción me enterneció y conmovió profundamente. De inmediato se trasladó a donde yo estaba y, casi al mismo tiempo, llegaron un par de patrullas de policía y una ambulancia. Como dije, afortunadamente, nadie salió lastimado y no hubo nada qué lamentar, más allá del mal estado en que quedaron la camioneta, el muro y el pobre árbol. Más tarde llegó el agente de seguros y, después del interrogatorio y las pruebas correspondientes, pude salir de ahí.

La camioneta fue remolcada por una grúa, tuve un pequeño deja vu y recordé cuando fue el accidente en el auto, esta vez sin vista borrosa ni aliento alcohólico. Durante el trayecto, intenté dar explicaciones y pedir mil perdones pero nada de eso me fue permitido. 

- Ya tendremos tiempo para hablar de esto, Laura, por ahora guarda silencio. Tengo mucho trabajo y cosas qué resolver en la oficina, irás conmigo y te quedarás ahí porque, por lo visto, no es seguro dejarte sola. 

Tomó aire mientras yo me encogía y me sentía cada vez más pequeña en el asiento de su auto. 

- Me parece increíble el grado de irresponsabilidad con que haces las cosas pero, te lo advirtió, esta vez me voy a encargar de que no olvides cómo debes comportarte, señorita. Ya deja de llorar, esas lágrimas te van a hacer falta más tarde. Es muy vergonzoso tener que ir por la vida resolviendo tus estupideces. No sé qué carajos piensas al exponer tu vida y la de los demás así, tu inmadurez no tiene límites...

El regaño siguió, durante todo el camino no paró de recordarme que lo que hice estuvo muy mal, que las consecuencias serían inolvidables y que, si me hubiera pasado algo a mí o a alguien más, él mismo no se lo perdonaría jamás. 

Mi corazón sufría terriblemente ante cada una de sus palabras, no tenía forma de rebatir nada, y aunque la tuviera. Noté el miedo en su voz cuando preguntó si yo estaba bien. La vez anterior me dijo que uno de sus más grandes miedos es perderme y que, al mismo tiempo, es su obligación velar por mí seguridad. Por eso es que me siento tan mal de haberlo puesto en esta situación, de haberlo hecho sentir esas cosas horribles y de, a pesar de mi pobre esfuerzo, no conseguir ser la mujer obediente, madura e inteligente que él necesita. Las lágrimas no dejaban de fluir.

Ahora estoy aquí, esperando a que todo termine, en realidad, que comience. Poco a poco las oficinas se han ido vaciando, hasta Cristian se despidió deseándome que todo pasara pronto, sabe muy bien de lo que se trata todo esto. Ahora solo estamos él y yo, puedo escuchar mi respiración y, acabo de ver que cerró la laptop, se talló los ojos y volteó a verme. Me cuesta mucho trabajo sostener la mirada así que, llena de miedo y vergüenza, prefiero ver mis manos apretujándose entre sí. 

- Ven acá, Laura, es momento de que arreglemos cuentas tú y yo. 

Tragué saliva. Mi cuerpo comenzó a reaccionar con una revolución de sensaciones que me recorrían de arriba a abajo. Me puse de pie y, con paso lento, me dirigí a donde él me esperaba. Estaba ahí, de pie, recargado en el borde de su escritorio. 

- Y bien, te escucho, Laura. Según tú tenías muchas explicaciones qué dar, ¿no? Muy bien, es tu oportunidad, quiero que me las digas todas. 

En ese momento olvidé todo lo que tenía que decir. Era cierto que quería explicarle todo, aún sabiendo que nada justificaría lo que hice pero, por alguna razón, mi garganta se cerró por completo, ni una sola palabra salió y mi mirada seguía clavada en el piso. 

- Ah, ¿ahora le comieron la lengua los ratones o qué pasa, señorita? ¡Estoy esperando! 

Comencé a llorar, era lo único que podía hacer con fluidez. 

- Última oportunidad, Laura...

...
...

- Muy bien, no piensas hablar, ven acá. 

Entonces me tomó del brazo y, así de pie como estaba, solo me inclinó sobre el escritorio y comenzó a azotar con la mano extendida. Había mucha fuerza desde el principio, el dolor y el movimiento por el impacto de cada nalgada, empujaban mi cuerpo hacia adelante. 

En ocasiones me resisto al castigo, la rebeldía me sale bien, pero no esta vez. Mi intención era aceptar el castigo tal y como él decidiera que debía ser. Lo menos que podría hacer era asumir las consecuencias de mis terribles actos. Mis labios estaban apretados al igual que mis párpados y puños. 

Yo sabía que aún no era ni la décima parte del castigo, sin embargo, se detuvo en seco. No dijo nada, su respiración era agitada. No supe qué hacer, pasaron un par de minutos y yo seguía ahí, inclinada esperando a que él dijera algo pero lo único que había era silencio absoluto. 

Confundida me puse de pie y lo miré a los ojos, encontré en ellos una gran tristeza y decepción. De repente, todo se me vino abajo, habría querido pedirle que me castigara, que azotara mis nalgas hasta cansarse, que desquitara todo su enojo y frustración con mi cuerpo... Pero entendí que no era eso lo que necesitaba ahora. 

Con un impulso desconocido, lo abracé lo más fuerte que pude, él correspondió de igual manera y, con la voz grave, me dijo que no me iba a permitir volver a poner en riesgo mi vida pero que ya no sabía qué hacer para ponerme límites. 

- Laura, ¿no entiendes que hay cosas que ya no puedo solucionar con nalgadas?, necesito que pongas de tu parte, que te comprometas a hacer las cosas bien que crezcas y madures, ¡por favor! 

Me sorprendió que, de pronto, el regaño se hubiera convertido en un tipo de súplica, esto era muchísimo peor que la más grande tunda que me haya dado antes, el dolor que ahora embargaba mi corazón era terrible. 

Seguí llorando, le pedí perdón una y otra vez, hice muchas promesas que estoy dispuesta a cumplir. Entonces, dentro del cúmulo de emociones lo miré nuevamente y, en silencio, me puse de rodillas a sus pies. 

- Por favor, castígame y ayúdame a recordar mi lugar. Perdón por mi comportamiento y mi inmadurez, por mi falta de consideración y por mi irresponsabilidad. Prometo, en adelante, tratar de ser mejor persona y mejor esposa pero, por favor, castígame con toda la fuerza que consideres que necesito. 

Conmovido, se inclinó, me miró fijamente a los ojos y, por primera vez, pude sostener la vista. Una bofetada me sorprendió y entendí que hay veces en que los ojos deben bajar y, entonces, complacer al hombre que se tiene enfrente. 

- Por supuesto que te voy a castigar, te voy a azotar tan fuerte que vas a querer regresar el tiempo para dejar de hacer tantas tonterías, señorita. 

Tomó mi barbilla y me obligó a levantar la vista de nuevo. Sus ojos se clavaron nuevamente en los míos y, con su rostro muy cerca del mío lanzó el aviso. 

- Esta noche vas a aprender 3 cosas, Laura, vas a aprender a ser mi niña, a ser mi mujer y a ser mi puta. Espero que estés lista para eso. Toma tus cosas, nos vamos a casa. 

YoSpankee 


domingo, 17 de noviembre de 2019

Berrinche.

Fue una semana difícil, las faltas se habían acumulado de manera estrepitosa, hasta llegar al punto en el que, dejando de mi lado una gran responsabilidad, mi spanker me ordenó decidir el castigo correspondiente pues, además, había reincidencia, sobretodo, en la falta más grave.

Fue muy enfático al decir que, dada la gravedad del asunto, el castigo debería ser verdaderamente ejemplar. Tendría que ser un castigo lo suficientemente fuerte como para que no me quedaran ganas de volver a hacerlo.

Traté de decirle que no podía con semejante compromiso, le pedí que lo hiciera él y, a cambio, me comprometí a recibir dicho castigo sin chistar, pero no funcionó.

- Más te vale que el castigo vaya acorde con la falta, señorita, si no, tendré que tomar cartas en el asunto.

Pero, ¿por qué me hace esto?, apenas soy capaz de reconocer que merezco un castigo, ¿qué le hace creer que podré decidir uno...? 

Me dio una noche para pensarlo, ni siquiera pude dormir dándole vueltas a varias ideas, arrepintiéndome de ellas inmediatamente al pensar en mi reacción al momento de pedirle que me diera tal o cual castigo. Sería como ponerme sola la soga al cuello. Impensable, cruel, humillante.

No terminé de decidir, aposté un poco a mi suerte y esperé a que me preguntara acerca del tema. La intención era jugar un poco a la spankee arrepentida, utilizar mis recursos y apelar un poco a la compasión. Él había dicho que el castigo se llevaría a cabo el día sábado, apenas era jueves.

No sé qué santo me hizo el milagro, pasó el jueves y el viernes pero la pregunta jamás llegó.

El sábado, a sabiendas de que él venía cansado del trabajo pues sus horarios se han vuelto un poco complicados, jugué un poco al 'apapacho',al flirteo. Pensé en la remota posibilidad de, si yo no tocaba el tema, él tampoco lo haría.

Al principio todo iba viento en popa, la conversación fluía entre cosas divertidas, el trabajo, el clima, los compromisos pero, como era de esperarse, la suerte no duró para siempre.

Comenzó a decir que soy experta en pretextos, a reírse de lo aniñada que me comporto a veces, de mi falta de compromiso, etc. Fue ahí donde vi la oportunidad. 

Al no saber qué responder o de qué manera defenderme, opté por utilizar la carta bajo la manga: ¡basta ya, no quiero seguir hablando!
Entonces me crucé de brazos e hice la mueca que él conoce bien y que sólo significa que, por un rato, me quedaré muda.

Él seguía hablando y a ratos intentando un interrogatorio que no obtenía respuestas. Creo que llevé la situación un poco lejos porque, dada mi renuncia a responder, él reaccionó como suele hacerlo.
Cansado de mi berrinche y, aunque no soy una chica petite, me levantó dándome la vuelta para lanzarme boca abajo sobre la cama y, como era de esperarse, comenzar a azotar con fuerza.

No había forma de librar el castigo, me tenía totalmente sometida apoyando su mano izquierda sobre mi espalda y, con la derecha, azotando inmisericorde. Rápidamente la ropa salió de su sitio. Jeans y calzones fueron removidos de su lugar y, en consecuencia, las palmadas sobre la piel desnuda dolían muchísimo más. El calor iba creciendo al ritmo de las nalgadas, su mano se impactaba firme contra mis nalgas, alternaba una y otra, de arriba hacia abajo y de un lado al otro; parecía no querer dejar sitio sin azotar. 

Ante semejante tunda, mis piernas se movían y, a momentos, se atravesaban entre su palma y mi cola, asi que, cansado de ordenarme que me quedara quieta, optó por sentarse sobre mis pantorrillas y, así, quedó de frente a mis nalgas ya enrojecidas por el castigo.

Lo he dicho en otras ocasiones, soy ese tipo de spankee rebelde que no sabe asumir el castigo con resignación, y no porque sea desobediente (que lo soy), sino porque mi cuerpo no me responde cuando se siente rebasado por el dolor, por la vergüenza. 

En el buró junto a la cama hay un aparato telefónico, así que a mi spanker le pareció una excelente idea arrancar el cable y, aún sentado sobre mis piernas, azotar con el improvisado instrumento doblado en varias partes. 

Al principio pensé que no sería tan grave, incluso me dio un poco de risa porque parecía completamente inofensivo. Terrible error. 

Mi cola quedó atravesada en un santiamén por finas líneas rojas, sobretodo, los dobleces del cable en la punta, al impactar sobre los costados de las nalgas, dejaron una sensación dolorosísima que, al día de hoy, aún me complica permanecer sentada. 

Por más que supliqué, el castigo no se detuvo, al menos no cuando yo lo pedí. Después, levantándome de la cama, me condujo hasta un rincón de la habitación, obligándome a permanecer de rodillas. 

- No te vas a levantar de ahí hasta que estés arrepentida de tu berrinchito. 

Estar ahí, en esa postura y con el culo ardiente, me hacía sentir muy avergonzada, humillada y, sí, arrepentida. Aproveché el respiro para sobar mis nalgas, la piel estaba hinchada y muy caliente. Dolía mucho.

Fue realmente poco el tiempo que pasé ahí hincada, al parecer, era prioritario terminar de aprender la lección. Me levantó y, como me iba tropezando con el pantalón enredado en los tobillos, le pedí ayuda para quitarlo (otras veces lo hace) y solo obtuve como respuesta una lluvia de nalgadas muy fuertes.

- ¿Así está bien o necesita más ayuda, señorita?

Obviamente terminé de hacerlo sola y, aprovechando, fui obligada a despojarme del resto de la ropa. Lo único que pude mantener en su sitio, fueron las calcetas largas que llevaba puestas. 

De nuevo fui lanzada boca abajo sobre la cama y pude escuchar ese sonido inconfundible del cinturón saliendo de su lugar. 

- No, por favor. Supliqué pero, por supuesto, mi súplica fue ignorada y mis nalgas recibieron incontables azotes con el cinturón de piel. 

A esas alturas, mis nalgas dolían mucho y me hacían pensar que el castigo había sido muy fuerte. Por un momento me sentí aliviada por no haber tenido que decidir de qué manera se llevaría a cabo todo esto, sin embargo, las palabras que dijo después de la cueriza me hicieron estremecer:

- Esto solo fue por tu berrinche de hace rato, no olvides que tenemos un pendiente. 

YoSpankee 

viernes, 15 de noviembre de 2019

Fin de semana.

Los planes no siempre salen de acuerdo a lo previsto, en ocasiones es necesario improvisar para aprovechar las situaciones y, así, convertir algo negativo en positivo.

Últimamente estoy aprendiendo y realizando cosas que jamás creí que haría, como tomar riesgos y atreverme a disfrutar del momento al lado de quien, quizá sin darse cuenta, me hace crecer y desear ser mejor persona y mejor spankee. 

Fuimos a ese lugar nuevo, uno donde tendríamos horas y horas a disposición para hacer y deshacer a nuestro antojo. Es difícil definir esto como una relación únicamente spanko o únicamente bdsm. Pero nosotros somos enemigos de poner etiquetas, simplemente hacemos lo que deseamos, lo que disfrutamos y, en ese disfrutar, está la disposición a probar cosas que antes no habíamos soñado siquiera. 

Es increíble la manera en que, sin importar el espacio, los cuerpos y las sensaciones se adueñan del momento. Cada vez es más difícil sostener la mirada ante un interrogatorio, por breve o inofensivo que este parezca. Definitivamente, me transformo en seda cada vez que mi spanker me pregunta los motivos por los que he hecho o dejado de hacer algo.

En cuanto él pone sus manos encima de mí, mi cuerpo solo se deja llevar, aunque sepa que pagará con dolor por cada fechoría, cada distracción, cada olvido o cada provocación hecha a propósito o no.

Antes siquiera de comenzar con el castigo, mis rincones han comenzado a reaccionar, la humedad ya se ha adueñado de ellos, es inevitable. Escuchar el tono de voz con el que me indica adoptar tal o cual posición, la fuerza de sus manos al sostener las mías o mis piernas cuando, involuntariamente, intento evitar el castigo. Pero es que él no toma en cuenta que el miedo me hace reaccionar, la culpa también es factor para empujarme a retarlo de esa manera.

Temo al castigo, es verdad, me aterra saber que recibiré el impacto del cinturón o de esa cosa infernal llamada 'cuarta'. Las tiras de cuero crudo son capaces de hacerme suplicar, prometer y hasta intentar huir. 

En algún momento me pareció buena idea salir corriendo y, estúpidamente, me refugié en un rincón de la habitación para, tristemente, terminar siendo azotada ahí mismo, de pie y con más motivos para ser castigada. 

Ciertamente deseo el castigo pero, cierto es también que me aterra cuando llega el momento de recibirlo. Mi spanker sabe que haré uso de cualquier posible argumento para justificar mis faltas, pero él sabe que no puede ceder, que su objetivo es disciplinarme, conseguir que me arrepienta y, en el mejor de los casos, lograr un cambio de actitud en mí. 

Es difícil expresar el cúmulo de emociones y sensaciones que me envuelven cuando decide ponerme sobre sus piernas, cuando sostiene mi cuerpo de manera firme y segura para, con tan solo su mano, hacerme sentir su niña con cada palmada. Y es también todo un fenómeno cuando me obliga a hacer la transición y pasar de ser su niña desobediente a su puta caliente (verso sin esfuerzo). 

El sometimiento es parte clave en este juego. Claramente se necesita una contraparte fuerte, estricta y responsable para lograr que la spankee ofrezca, además de sus nalgas, todo su cuerpo para disfrute y placer de su spanker. 

Sentir los azotes sobre mi piel es la forma de redimir cada motivo. Mis párpados apretándose en un intento vano por controlar el grito, mi cuerpo retorciéndose inútilmente porque, qué ilusa, él es mucho más fuerte que yo, él me controla mucho más allá de lo físico. 

El castigo, aunque no ha terminado se ha convertido en disfrute. Los cuerpos comienzan a entenderse más allá de azotes. El cariño se demuestra una y otra vez por medio de una amplia gama de juegos, posturas y reacciones. 

Sudor, jadeos, roces... Sé que estoy en las manos correctas, que puedo confiar y entregar lo que tengo y soy. 

Ya quiero que sea fin de semana. 

YoSpankee 


jueves, 14 de noviembre de 2019

Libertad.

Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad

Viktor E. Frankl


Me cuesta mucho trabajo hablar de temas que desconozco y, por el contrario, cuando manejo la información, soy capaz de escupir durante horas y horas lo que me corroe por dentro. 

Estoy en un proceso de evolución que no me había atrevido a reconocer públicamente. Yospankee está enfrentando retos y situaciones que, hace un par de años e instalada en una muy segura zona de confort, parecía innecesario tomar en cuenta. Pues bien, el momento ha llegado.

Como muchos saben, yo jamás he creído en trayectorias o niveles de calidad de spanking con respecto a factores que tengan que ver con la popularidad o la fama. Para mí, las personas valen por lo que son y por lo que comparten, jamás etiquetaré o descalificaré a nadie ni , mucho menos, me dejaré guiar por chismes de lavadero.

Las personas que han estado en mi vida, definitivamente, han dejado huellas y aprendizajes valiosísimos, por ello es que estaré agradecida para siempre pero, también, confío en mi propia capacidad de avanzar, crecer y aprender, aún con el riesgo a equivocarme, tropezar y llevarme algún raspón en el proceso.
Estoy dispuesta a dar pasos firmes con la intención de llegar segura al siguiente punto, por ello es que aumentaré la intensidad y la pasión en todos los factores de mi vida, tanto la vainilla como la spanko. A partir de ahora, no pienso quedarme con nada. 

Cada movimiento, cada decisión serán pensados y estudiados pero, después de eso, me seguiré conduciendo como lo he hecho hasta ahora: con libertad, confianza y responsabilidad.

Dejaré de lado la opinión de los demás. No me malinterpreten, por favor, lo único que quiero es seguir siendo yo la dueña de mis decisiones. Valoro el cariño, los consejos y la preocupación pero valoraría también la confianza, el beneficio de la duda. 

Siempre he dicho que, tanto en este como en cualquier otro mundillo, las amistades son invaluables y altamente preciadas, lo sigo creyendo pero también creo que hay que ir desprendiéndose de aquellos que, aunque en algún momento fueron nuestro centro, hoy ya no coinciden con nosotros en ideas, planes o deseos. Aplaudo la pluralidad, la divergencia y la complementación pero, la verdad, no soporto que intenten obligarme a ser o ceder ante algo que no me gusta, no me define o no deseo, peor aún, cuando lo hacen a ciegas y sin considerar lo que realmente quiero o necesito.

Seguiré siendo YoSpankee pero en una versión renovada, una YoSpankee más libre y más honesta, una YoSpankee que se atreve a ir más allá, aunque a las personas que le rodean les parezca demasiado atrevido o demasiado peligroso. Seré una YoSpankee que se preocupe por el hoy y el ahora, lo demás será considerado según se presenten las cosas. 

También debo decir que los afectos no desaparecen de la noche a la mañana al comienzo, y por eso es que las ausencias duelen pero, como dicen, en donde no somos bien recibidos (por mucho cariño que haya de por medio) es mejor alejarse. 

Tampoco es que deban tomarme muy en serio. En lo spanko y lo vainilla, siempre he sido una persona con grandes dificultades para tomar decisiones, alguien que difícilmente se desprende (aunque haya riesgo de daño) y, sobretodo, no sé decir que no. Pero estoy aprendiendo.

Hoy sé que el único camino a seguir es hacia el frente, no hay opción para retrocesos... Y también se que este post no tiene pies ni cabeza pero, perdonen ustedes, así es justamente como está el corazón de esta spankee que solo quiere que la sonrisa se mantenga en su lugar. 

YoSpankee 

domingo, 3 de noviembre de 2019

Riesgos (2a. parte)


SEGUNDA PARTE:

Desperté muy cansada y con los ojos hinchados. No era casualidad que, toda la noche, haya dormido boca abajo y con los calzones en las rodillas. Cuando intenté girar mi cuerpo para sentarme en la cama y terminar de despertar, un ardor intenso me recordó todo lo que había sucedido la noche anterior. Recordé cada escena, desde mi triunfal conquista amorosa hasta la estrepitosa caída cuando mamá fue por mí a la fiesta para, al final, terminar sobre sus piernas siendo castigada como una niña pequeña. Las palabras de mi madre y la amenaza de continuar con el castigo, resonaban en mi cabeza.

Lo primero que hice al salir de la cama fue observar el estado de mis nalgas en el espejo, no era tan grave como pensé, ya no estaban tan rojas como anoche, apenas algunas manchas que intentaban ser moretones pero muy tenues aunque la sensación, decía todo lo contrario. Estaba ahí, de pie frente al espejo mientras sobaba la zona castigada, cuando comencé a escuchar ruido. Acomodé mi ropa, salí al pasillo y escuché la voz de mi hermanito Ángel que, a gritos, le pedía a mamá que se detuviera, que a partir de ahora sería un niño bueno y que no volvería a tener ese tipo de comportamiento. 

Entre conmovida e intrigada, bajé las escaleras para ver qué era lo que sucedía. De nuevo la escena se llevaba a cabo en la cocina. Alcancé a ver a mamá sentada en la misma silla de anoche, Angelito sobre sus piernas con el pantalón de la pijama colgando de una pierna y los calzones en los tobillos. Sus nalgas estaban recibiendo el mismo tratamiento que las mías la noche anterior aunque, las de él, apenas se veían un poco rosadas.

- Por favor, mamita, te prometo que no lo vuelvo a hacer, perdóname. 

El llanto de mi hermanito me rompía el corazón pero, al parecer, nada conmovía a mamá que, aunque no tan fuerte, arremetía contra el trasero del pobre niño. 

- Tu hermana y tú van a aprender a seguir las reglas, jovencito. Ya basta de ser tan permisiva con ustedes, a partir de hoy, no más groserías, no más desobediencias, no más flojeras... ¿Entendido?

- ¡¡Ay, ay!!, sí mamita, te prometo que me portaré muy bien, por favor, ya no me pegues.

Entonces se detuvo, lo puso de pie mientras él, con la carita bañada en llanto, con una mano secaba sus lágrimas y con la otra sobaba su nalgueada retaguardia. 

Mamá lo sostuvo de los hombros y, acercando su rostro al del pequeño, le dijo con voz dulce: sabes que esto lo hago por tu bien, ¿verdad, mi amor?

- Sí, mamita, lo sé. Respondió Ángel entre sollozos.

- Ahora, quiero que te pares en ese rincón, de cara a la pared, y pienses en la forma en que me hablaste hace rato y que fue la razón por la que te castigué. Cuando yo te diga, te llamaré de nuevo a mis rodillas y te daré 10 más con esta...

Acto seguido, y ante la mirada aterrada del chiquillo y el consecuente llanto, se inclinó y se quitó la zapatilla. Él salió corriendo al rincón y, con la respiración agitada, continuó llorando desconsolado.

Al ver que mamá tenía la intención de salir de la cocina, intenté huir hacia mí habitación sin hacer ruido pero, cuando iba a media escalera, la escuché decir mi nombre y me detuve en seco. 

- Creo que tú y yo tenemos una conversación pendiente, señorita. 

Tragué saliva. 

Continuará... 

YoSpankee 

sábado, 2 de noviembre de 2019

Calaverita

Con cariño para Vincent...

En una noche oscura y fría
De principios del mes de noviembre 
Una spankee gritaba, sufría
Pataleaba y lloraba como siempre.

En plena sesión se encontraba 
Recibiendo su castigo
Que Vincent con fuerza aplicaba,
Su adorado spanker y gran amigo.

Pero la amistad se trabaja aparte
Lo que importa es la disciplina
Y Vincent la maneja como un arte
Cada que debe castigar a su niña.

¿Por qué no hiciste la tarea?
Te has portado muy mal
Y con tantas excusas no hay quien te crea
Te voy a tener que azotar.

En eso se escucha una voz fuerte 
Que parecía salir de la nada
Era la mismísima muerte:
Vincent, pégale otra nalgada.

Atestiguando la sesión 
La huesuda babeaba ansiosa
Hasta a Vincent le pasó el cinturón 
Para que azotara a esa mocosa.

Dale fuerte hasta que llore
No te tientes el corazón
No importa que ella implore
Es más, bájale el calzón.

Pero algo a Vincent incomodó
No acostumbra que nadie le ordene 
A la calaca mandó al rincón
Aunque esta luego lo condene.

Pero él no le teme a la muerte
Su misión es causar dolor
Así que con un poco de suerte
Este año se salva de ir al panteón.

A callar, flaca llorona, 
No me conmueve tu llanto
Te enviaré con una corona
De regreso al camposanto.

YoSpankee