jueves, 25 de julio de 2019

La búsqueda.

Las asignaturas se estaban complicando, a Patricia le había parecido muy sencillo entrar a la Universidad de Madrid, aún sabiendo la cantidad de compromisos que tenía por cumplir y la otra carrera que había comenzado el año anterior, sin embargo, no estaba acostumbrada a rendirse ni, mucho menos, a aceptar alguna debilidad.
Decidió buscar a un asesor y, aunque la universidad ofrecía ese servicio con los mejores catedráticos, era demasiado tarde, pues el semestre estaba ya avanzado... Pero, lo dicho, Patricia jamás se rinde y, no importaba que fuera con alguien externo a la institución, ella quería al mejor. Así que investigó y dio con él, el profesor Andrés Carbonell, un experto en la materia y, además, uno de los mejores catedráticos del país.

Logró conseguir una entrevista. El día acordado se preparó con esmero, quería parecer inteligente pero, al mismo tiempo, juvenil y extremadamente necesitada de asesoría y soporte académico. Vistió una camisa blanca, una falda corta a cuadros y, al mirarse al espejo, se dio cuenta que parecía una colegiala, le pareció divertido y decidió completar el look con un par de coletas.

Llegó puntual a la cita y fue recibida de inmediato, al entrar quedó maravillada con la gran biblioteca que cubría 3 de las 4 paredes de esa habitación.

- Buenas tardes, señorita Castañeda, bienvenida, tome asiento, por favor.
- Gracias, profesor, es un honor conocerlo, lo imaginaba mayor... Eh...

Se dio cuenta de su impertinencia y, sin poder evitarlo, sus mejillas se sonrojaron. El profesor no pudo evitar una risita divertida.

- Y, dígame, de dónde es usted, su acento no es español...

- Ah, soy mexicana, llevo aquí un par de años.

La charla transcurrió de manera muy natural, efectivamente, el profesor Carbonell era un hombre joven, 40 años tal vez, muy apuesto y muy interesante. Se podía ver que
Patricia le simpatizaba y, al final, aceptó ser su asesor, no sin antes advertirle que su sistema de estudio era riguroso y muy estricto. Le dijo que tendría que comprometerse a dar el 100% y más, que no aceptaría retrasos y, mucho menos, malas actitudes y, en caso de presentarse alguna situación incómoda, lo solucionaría con un método, poco ortodoxo quizás pero, muy efectivo. Inmediatamente Patricia se mostró interesada, sin darse cuenta, su respiración se había acelerado y su cuerpo se irguió; la curiosidad fue fuerte y preguntó a qué se refería porque, cómo iba a aceptar algo sin saber de lo que se trataba.

- Segura, señorita Patricia, quiere que le explique? Dijo el profesor con una sonrisa misteriosa.
- Por supuesto que quiero, si no, no habría preguntado...

Ese tono arrogante y desfachatado fue lo que convenció a Andrés y, sin decir más, se puso de pie, se quitó el saco, aflojó el nudo de su corbata y comenzó a doblar las mangas de la fina camisa azul. Ella, por su parte, no perdía detalle y, sin saber por qué, sus muslos se apretaban tratando de ocultar cierta excitación. De pronto, la voz grave del profesor la sacó de su ensimismamiento.

- Póngase de pie, señorita, y venga para acá.
- ¿Qué?, ¿por qué?

Estaba confundida pero, aún dentro de esa confusión, obedeció de inmediato. Se puso de pie, se acercó a donde estaba el profesor y, simplemente, se dejó llevar.
Él la tomó del brazo y, suavemente, la hizo inclinar sobre su regazo, en esa posición y poniendo sus codos sobre la espalda de la chica, comenzó a hablar de la disciplina, de lo que haría con ella las veces que fuera necesario y lo vergonzoso que debería ser, para una mujer adulta, ser azotada en las nalgas como a una niña pequeña. Luego comenzó a sobar el área a castigar, por encima de la faldita a cuadros y, sin decir más, comenzó a azotar pausada pero firmemente.

Patricia estaba asombrada, más que por la situación en sí, por el hecho de sentirse tan feliz por estar ahí, así...
Poco a poco el castigo iba haciendo efecto, la piel de la mexicana comenzaba a escocer pero ella mantenía la posición y, aunque ya soltaba algún quejido, no perdía la compostura, al menos hasta ese momento. La falda fue levantada y la expresión en el rostro de Andrés mostró el gran placer que le produjo ver las lindas braguitas blancas de algodón que la chica llevaba puestas. Sonrió.

Algo sabía ella de Andrés, parecía inocente la manera en que había terminado ahí, así, sin embargo, ella lo había planeado todo. Su objetivo era aprobar las materias, sí, pero también moría de ganas por conocer al personaje del que, a gritos silenciosos, se hablaba en los pasillos de las universidades. Se sentía feliz, aún con la cola ardiendo.

El profesor tampoco es tonto, notó desde el principio las intenciones de aquella bella morena y, asumiendo que ambos eran adultos, decidió probar hasta dónde llegaría el juego.
Después de azotar un rato por encima de las braguitas, y viendo el tono rojizo que ya se asomaba por los bordes de esta, decidió bajarla hasta los muslos de la chica. Fue evidente la humedad que se escondía en sus rincones y, sutilmente, Andrés pasó sus dedos por esa área, solo para ver qué tanta resistencia opondría Patricia en caso necesario. La notó tan dispuesta y siguió azotando.

- Señorita Castañeda, ¿está usted consciente del compromiso que está adquiriendo en este momento?
- ¡Auch! Sí, profesor  lo sé... ¡Ay!

Los azotes eran cada vez más fuertes, las nalgas de Patricia habían adquirido ya un rojo uniforme, incluso, en algunos puntos ya aparecían algunos morados que, a la vista de Andrés, lucían preciosos.

De pronto se detuvo y le ordenó ponerse de pie e ir a una de las esquinas de la habitación. En silencio, con los ojos llorosos y actitud resignada, ella obedeció, claro, el respiro le caía muy bien, aunque el castigo todavía no terminaba.

Mientras Patricia esperaba en el rincón con las bragas a la rodilla, la falda levantada y la cola roja; Andrés preparaba la siguiente parte.

Pasaron unos minutos y la llamó, le señaló el escritorio y le ordenó inclinarse con los codos sobre la mesa. Ella obedeció en silencio pero su cuerpo, particularmente su entrepierna, revolucionó al mil.

- Separe las piernas, jovencita. Esto es solo la muestra de lo que sucederá si usted no responde como espero que lo haga con las asesorías. Cada proyecto, cada presentación, cada nota serán tomados en cuenta. ¿Entendido?
- S... Sí. Tartamudeó ella.
- Debe usted responder 'sí, señor'. Y, dicho lo anterior, dio tres azotes con una fina vara...

Patricia contrajo el cuerpo, respondió como le fue indicado y, sin poder evitarlo, su rostro comenzó a bañarse en lágrimas... Lágrimas de dolor, de impotencia, pero también de placer y de alegría.

A Andrés le parecía una chica hermosa, además de inteligente. También el cuerpo del profesor había reaccionado ya. Una gran erección se apretaba dentro de su pantalón y decidió arriesgarse.

La posición de la chica, aunada a su disposición, lo convencieron y, bajando su cremallera, dejó salir un pene duro y ansioso que rápidamente y sin ninguna resistencia por parte de Patricia, se internó en su humedad, entrando y saliendo al compás de los gemidos de ambos.

Para ninguno de los dos hubo sorpresas, era algo que deseaban desde el principio. Estuvieron un rato así, ella inclinada y jadeante, él embistiendo con rudeza hasta que, tomándola de los cabellos y acercando su boca al oído, le dijo: ¿esto es lo que quieres, verdad?
Ella asintió entre gemidos y, de un movimiento, el pene de Andrés cambió de orificio. La reacción de Patricia fue explosiva: un pequeño grito de dolor, sorpresa y placer llenó la habitación...

* * *

Cabe mencionar que Patricia ha ido muy bien con sus materias, de vez en cuando tiene que esforzarse más con alguna pero, claro, siempre está Andrés para ayudarla.

FIN


YoSpankee

miércoles, 24 de julio de 2019

24/7

24 de julio, día mundial del BDSM.

Hoy solo quiero abrazar, aunque sea de manera virtual, a todos aquellos que aman y practican el bdsm en alguna de sus ramas, a todos los que  hacen de estas prácticas una forma de expresión.
Ahora es mucho más fácil acceder a la información, los contactos y, de alguna manera, a las experiencias pero, aún así, hay todavía muchas personas por ahí que aún no se atreven, que aún no descubren todo lo que este maravilloso mundo encierra y, a ellos, los abrazo con muchísima más fuerza todavía.

A todos lo que me leen, les deseo un maravilloso día lleno de placer y celebración, pleno de pasión y deseos sucios... Queridos lectores, ¡feliz 24/7!

YoSpankee

jueves, 4 de julio de 2019

Antibiótico.

El malestar era insoportable, tanto como para acudir al médico y estar dispuesta a llevar el tratamiento tal como lo indicara.

- Lau, tienes una infección bastante fuerte en la garganta, definitivamente te voy a dar un tratamiento de antibiótico te sentirás mucho mejor. ¿Qué prefieres, tabletas o inyecciones?

- Inyecciones. Se adelantó Gina, antes de que yo pudiera responder.

El doctor se dio cuenta de que ella es quien manda pues, aún con mi cara de inconformidad, no me atreví a contradecirla.

- Muy bien, serán 5 inyecciones, una cada día, alternando una y otra nalga para que sea menos incómodo. ¿Está bien?

No me quedó más remedio que asentir resignada.

Apenas salimos del consultorio, fuimos a la farmacia a surtir la receta. Recibimos 5 cajitas, un paquete de jeringas con aguja, algodón y un frasco de alcohol. Gina parecía niña en juguetería y yo, por el contrario ya había comenzado a sufrir.

No estoy muy segura de lo que me pasa con las agujas, sobretodo si van a ser clavadas en mis nalgas. Tenía miedo, mucho, porque además sé que Gina lo aprovecharía como método de castigo pues, a pesar de sus advertencias, no había tenido el cuidado suficiente en esta temporada de lluvias y, consecuentemente, enfermé horrible.

Soy hija, soy rebelde y, por si fuera poco, soy spankee... Así que, en cuanto llegamos a casa y Gina me envió a mi habitación a ponerme la pijama y prepararme porque, enseguida, iría a aplicarme la primera dosis del tratamiento, pensé en todo, menos en obedecer.
Entré a mi habitación y mi cerebro se esforzaba por encontrar la manera de evitar la inyección pero, obviamente, sin éxito alguno. En eso llegó ella y, al notar que ni siquiera me había cambiado la ropa, comenzó la regañina y, por supuesto, mi bocota no sabe quedarse callada.

- No, no quiero... Lo hiciste a propósito, el doctor me podía dar tabletas y tú a fuerza pediste inyecciones... Si tanto las quieres, pues póntelas tú...!!!

Demasiado tarde me di cuenta de lo que acababa de suceder y, lo peor, de las consecuencias que ello tendría.
Hecha una furia, Gina depositó la pequeña charola en donde llevaba todo para la inyección, sobre el escritorio. Con parsimonia y un toque de crueldad dobló sus mangas y me tomó del brazo... No dijo nada, solo se sentó en la silla, me jaló sobre sus piernas y comenzó a dar nalgadas. Así es ella, no avisa, solo actúa.

Empezó muy fuerte desde el principio, su enojo podía sentirse en cada palmada que caía, de manera intercalada, en una nalga primero y después en la otra.

- Esto es para que aprendas a respetarme, jovencita, la siguiente vez que yo te ordene algo, vas y lo haces de inmediato, ¿está claro?

Por supuesto que estaba claro, en semejante situación, más clara ni el agua... - Ay, ya, por favor, Gina, te prometo que voy a obedecer...

Sorprendentemente me dejó levantarme de su regazo y de inmediato corrí a ponerme la pijama mientras, entre gimoteos, me sobaba las nalgas.
Cuando volví, ella ya estaba preparando la inyección, me parecía todo un ritual y, de pronto, la habitación estaba llena de ese horrible aroma a medicina. Terminó de sacar las burbujas de la jeringa y, con la aguja hacia arriba, un chorrito de antibiótico salió. Tomó el algodón, lo empapó en alcohol y me ordenó tumbarme boca abajo sobre la cama.
Definitivamente, es una posición que conozco a la perfección, sin embargo, a pesar de que tenía miedo y mis ojos estaban llenos de lágrimas, obedecí de inmediato una vez más.
Ella se acercó, bajó el pantalón de mi pijama y lo dejó a la altura de mis muslos de manera exagerada y hasta un tanto brusca. Comenzó a limpiar el área, sobre la nalga izquierda, donde clavaria la aguja y no paraba de decirme que esperaba que aprendiera la lección, que con la salud no se juega, que soy una irresponsable y que me merezco esto y más. En un movimiento rápido clavó la aguja en mi pobre nalguita y, por dramático que parezca, pude sentir cómo mi piel era atravesada, milímetro a milímetro, hasta topar en la base de la aguja y, entonces, el líquido blanco comenzó a entrar. El dolor era terrible y yo, sensible como ya estaba, comencé a llorar y, en un intento por patalear, recibí una veloz tanda de nalgadas, junto con un regaño y la advertencia: vuelve a moverte y verás cómo te va, escuincla!!

Retiró la aguja y sobó nuevamente con el algodón y el alcohol, yo seguía hecha un mar de lágrimas.

- Ahora, señorita, te voy a dar motivos para que llores con provecho. Ve por tu cepillo y regresas aquí, además, recuerda que esta es apenas la primera.

Fin.