domingo, 24 de noviembre de 2019

Correctivo.

Muchos eran los sentimientos que me embargaban al estar sentada en la pequeña sala afuera de su oficina. Desde ahí podía verlo enfocado en su computadora, con esa mirada profunda que puede hacerme sentir mil y un cosas, además, dado el nivel de concentración que siempre pone en su trabajo, el ceño fruncido enfatiza muchísimo más la profundidad de esos ojos cafés que logran hipnotizar.

Sabía perfectamente de mi presencia, fue él mismo quien me ordenó no moverme de ahí hasta recibir la instrucción correspondiente, - y piensa en lo que hiciste, señorita-, dijo antes de cerrar de un golpe la puerta de cristal de su oficina.

La culpa es grande, sé que mi falta fue terrible y sé también que deberé pagar muy caro por ello. 

Él es mi spanker, pero también es mi esposo y, más allá de eso, es mi cómplice de vida, mi guía y mi motor. Desde el principio llevamos una relación de disciplina en la que él es quien administra las lecciones y castigos, y yo soy la parte rebelde, receptora de dichos asuntos. Confío total y plenamente en él. Sé que cualquier decisión que tome o cualquier castigo que disponga para mí, será siempre con el único objetivo de ayudarme a mejorar y procurar mi bienestar.

Las personas de la empresa están habituadas a verme ahí, cuando no quiero o no puedo trabajar en casa, voy y me adueño de uno de los cubículos, al parecer ya me consideran uno más de ellos. Pero hoy no estoy trabajando, solo estoy ahí, sentadita en espera de lo que él decida. Ya pasó más de una hora y él no ha volteado ni a verme, creo que esta vez sí rebasé el límite, siento roto el corazón y, más allá del castigo que sé que me espera, lamento muchísimo haberlo decepcionado de esa manera.

Estaba un tanto absorta en mis pensamientos, que sólo reaccioné cuando sentí que me tocaron el hombro.

- Hola, Lau, ¿estás bien?
- Ah, ho hola, Cris, sí, estoy muy bien, ¿tú qué tal?

Era Cristian, sobrino y mano derecha de mi esposo en la empresa. Un chico muy inteligente y divertido. Cristian, además de apoyar en todo lo que tenga que ver con el negocio, es también cómplice de juegos, conoce muy bien el tipo de relación que llevo con mi marido porque, además, él también forma parte del mundillo, así que, de inmediato, supo que mi presencia ahí tenía un porqué.

- Te noto triste o angustiada, ¿pasó algo?
- Ay, Cris, otra vez metí la pata. Tu tío está muy enojado conmigo y creo que con justa razón.
- Oh, lo siento mucho, Lau. ¿Quieres venir a mi oficina, platicamos y tomamos un café?
- Me encantaría pero no debo moverme de aquí hasta que él indique lo contrario, lo siento.
- Vaya, ahora entiendo todo. 

Su rostro se tornó pensativo y, acuclillándose frente a mí, me miró fijamente y con un tono tierno continuó diciendo... 

- Hace rato, supongo que cuando fue por ti, mi tío me llamó por teléfono y me pidió que pasara a su casa a recoger un par de cosas y que las trajera a la oficina. 
- ¿Qué cosas?, pregunté entre curiosa y muy ansiosa. 
- El paddle de madera, la cuarta de cuero crudo y las esposas de piel. 

Solo tragué saliva y, sin querer, mis ojos se llenaron de lágrimas. 
Particularmente, la cuarta, solo la utiliza cuando la falta es muy grave y su objetivo es hacerme llorar hasta lograr un arrepentimiento real. 

- Lo lamento, dijo Cristian mientras apretaba la mandíbula sin saber qué más decir, él sabía perfectamente lo que pasaría al final del día y, por supuesto, yo también. 
- No te preocupes, Cris, imaginé que sería algo así. Luego te cuento bien lo que pasó. 
- Ok, Lau, lo que necesites, por favor, solo dímelo, ¿sí? 

Asentí mientras él se despedía, aún tenía que atender un par de clientes. Es gracioso cómo cambia mi postura, mis expresiones y mi mente cuando me encuentro en ese tipo de situación vulnerable. 
Cristian alborotó mi cabello, como quien lo hace con una niña pequeña, y salió de la oficina. Yo me quedé ahí, con el corazón mucho más aplastado de lo que lo tenía al inicio de todo esto. 

Aún no sé en qué momento decidí desobedecerlo. Había sido muy claro cuando me prohibió el uso de la camioneta porque, aunque sé conducir y lo hago habitualmente, hace dos meses había chocado el auto por conducir en estado de ebriedad. Me prohibió el uso de la camioneta (o cualquier vehículo automotor) a modo de castigo, me retiró temporalmente la licencia de manejo  porque los vehículos grandes y yo no nos llevamos bien. 
Pero nada de eso evitó que, viendo las llaves sobre la mesa, decidiera hacer caso omiso y, olvidando también la gran tunda que me llevé en aquella ocasión, subiera mis cosas al auto y condujera rumbo al centro comercial. Pensé que no se daría cuenta, después de todo, trataría de ser sumamente cuidadosa, solo iría a hacer un par de compras, comería algo rápido por ahí y volvería sin ningún tipo de percance a esperarlo en casa para ir al cine o a cenar algo rico. Nada salió como lo tenía planeado. 

Al sacar la camioneta de la cochera, sin querer, le di un pequeño golpe en un costado, es que es muy difícil maniobrar un vehículo tan grande, carajo. Bajé a revisar y se trataba de un raspón, uno pequeñito, ni siquiera lo iba a notar. 

Seguí con mi travesía y, justo un par de semáforos antes de llegar al centro comercial, quise ganarle al rojo y, ante el nerviosismo de no conseguirlo, giré el volante al mismo tiempo que pisé el acelerador. En un par de segundos estrellé la camioneta en un muro, tiré un árbol y quedé atorada con las llantas delanteras arriba de la banqueta. Pero qué carajos, cómo es que había pasado esto... 

Afortunadamente yo salí ilesa, no me pasó nada más allá del susto. No sabía qué hacer, ni siquiera podía llamar al seguro o a la policía porque, lo primero que cualquiera haría sería pedirme la licencia de conducir y esa la tenía mi esposo bajo llave así que, sí, la lógica indicaba que tenía que llamarlo a él primero.

La llamada fue difícil, por supuesto, pero su primera preocupación era que yo estuviera bien, el auto era lo de menos, dijo, y esa reacción me enterneció y conmovió profundamente. De inmediato se trasladó a donde yo estaba y, casi al mismo tiempo, llegaron un par de patrullas de policía y una ambulancia. Como dije, afortunadamente, nadie salió lastimado y no hubo nada qué lamentar, más allá del mal estado en que quedaron la camioneta, el muro y el pobre árbol. Más tarde llegó el agente de seguros y, después del interrogatorio y las pruebas correspondientes, pude salir de ahí.

La camioneta fue remolcada por una grúa, tuve un pequeño deja vu y recordé cuando fue el accidente en el auto, esta vez sin vista borrosa ni aliento alcohólico. Durante el trayecto, intenté dar explicaciones y pedir mil perdones pero nada de eso me fue permitido. 

- Ya tendremos tiempo para hablar de esto, Laura, por ahora guarda silencio. Tengo mucho trabajo y cosas qué resolver en la oficina, irás conmigo y te quedarás ahí porque, por lo visto, no es seguro dejarte sola. 

Tomó aire mientras yo me encogía y me sentía cada vez más pequeña en el asiento de su auto. 

- Me parece increíble el grado de irresponsabilidad con que haces las cosas pero, te lo advirtió, esta vez me voy a encargar de que no olvides cómo debes comportarte, señorita. Ya deja de llorar, esas lágrimas te van a hacer falta más tarde. Es muy vergonzoso tener que ir por la vida resolviendo tus estupideces. No sé qué carajos piensas al exponer tu vida y la de los demás así, tu inmadurez no tiene límites...

El regaño siguió, durante todo el camino no paró de recordarme que lo que hice estuvo muy mal, que las consecuencias serían inolvidables y que, si me hubiera pasado algo a mí o a alguien más, él mismo no se lo perdonaría jamás. 

Mi corazón sufría terriblemente ante cada una de sus palabras, no tenía forma de rebatir nada, y aunque la tuviera. Noté el miedo en su voz cuando preguntó si yo estaba bien. La vez anterior me dijo que uno de sus más grandes miedos es perderme y que, al mismo tiempo, es su obligación velar por mí seguridad. Por eso es que me siento tan mal de haberlo puesto en esta situación, de haberlo hecho sentir esas cosas horribles y de, a pesar de mi pobre esfuerzo, no conseguir ser la mujer obediente, madura e inteligente que él necesita. Las lágrimas no dejaban de fluir.

Ahora estoy aquí, esperando a que todo termine, en realidad, que comience. Poco a poco las oficinas se han ido vaciando, hasta Cristian se despidió deseándome que todo pasara pronto, sabe muy bien de lo que se trata todo esto. Ahora solo estamos él y yo, puedo escuchar mi respiración y, acabo de ver que cerró la laptop, se talló los ojos y volteó a verme. Me cuesta mucho trabajo sostener la mirada así que, llena de miedo y vergüenza, prefiero ver mis manos apretujándose entre sí. 

- Ven acá, Laura, es momento de que arreglemos cuentas tú y yo. 

Tragué saliva. Mi cuerpo comenzó a reaccionar con una revolución de sensaciones que me recorrían de arriba a abajo. Me puse de pie y, con paso lento, me dirigí a donde él me esperaba. Estaba ahí, de pie, recargado en el borde de su escritorio. 

- Y bien, te escucho, Laura. Según tú tenías muchas explicaciones qué dar, ¿no? Muy bien, es tu oportunidad, quiero que me las digas todas. 

En ese momento olvidé todo lo que tenía que decir. Era cierto que quería explicarle todo, aún sabiendo que nada justificaría lo que hice pero, por alguna razón, mi garganta se cerró por completo, ni una sola palabra salió y mi mirada seguía clavada en el piso. 

- Ah, ¿ahora le comieron la lengua los ratones o qué pasa, señorita? ¡Estoy esperando! 

Comencé a llorar, era lo único que podía hacer con fluidez. 

- Última oportunidad, Laura...

...
...

- Muy bien, no piensas hablar, ven acá. 

Entonces me tomó del brazo y, así de pie como estaba, solo me inclinó sobre el escritorio y comenzó a azotar con la mano extendida. Había mucha fuerza desde el principio, el dolor y el movimiento por el impacto de cada nalgada, empujaban mi cuerpo hacia adelante. 

En ocasiones me resisto al castigo, la rebeldía me sale bien, pero no esta vez. Mi intención era aceptar el castigo tal y como él decidiera que debía ser. Lo menos que podría hacer era asumir las consecuencias de mis terribles actos. Mis labios estaban apretados al igual que mis párpados y puños. 

Yo sabía que aún no era ni la décima parte del castigo, sin embargo, se detuvo en seco. No dijo nada, su respiración era agitada. No supe qué hacer, pasaron un par de minutos y yo seguía ahí, inclinada esperando a que él dijera algo pero lo único que había era silencio absoluto. 

Confundida me puse de pie y lo miré a los ojos, encontré en ellos una gran tristeza y decepción. De repente, todo se me vino abajo, habría querido pedirle que me castigara, que azotara mis nalgas hasta cansarse, que desquitara todo su enojo y frustración con mi cuerpo... Pero entendí que no era eso lo que necesitaba ahora. 

Con un impulso desconocido, lo abracé lo más fuerte que pude, él correspondió de igual manera y, con la voz grave, me dijo que no me iba a permitir volver a poner en riesgo mi vida pero que ya no sabía qué hacer para ponerme límites. 

- Laura, ¿no entiendes que hay cosas que ya no puedo solucionar con nalgadas?, necesito que pongas de tu parte, que te comprometas a hacer las cosas bien que crezcas y madures, ¡por favor! 

Me sorprendió que, de pronto, el regaño se hubiera convertido en un tipo de súplica, esto era muchísimo peor que la más grande tunda que me haya dado antes, el dolor que ahora embargaba mi corazón era terrible. 

Seguí llorando, le pedí perdón una y otra vez, hice muchas promesas que estoy dispuesta a cumplir. Entonces, dentro del cúmulo de emociones lo miré nuevamente y, en silencio, me puse de rodillas a sus pies. 

- Por favor, castígame y ayúdame a recordar mi lugar. Perdón por mi comportamiento y mi inmadurez, por mi falta de consideración y por mi irresponsabilidad. Prometo, en adelante, tratar de ser mejor persona y mejor esposa pero, por favor, castígame con toda la fuerza que consideres que necesito. 

Conmovido, se inclinó, me miró fijamente a los ojos y, por primera vez, pude sostener la vista. Una bofetada me sorprendió y entendí que hay veces en que los ojos deben bajar y, entonces, complacer al hombre que se tiene enfrente. 

- Por supuesto que te voy a castigar, te voy a azotar tan fuerte que vas a querer regresar el tiempo para dejar de hacer tantas tonterías, señorita. 

Tomó mi barbilla y me obligó a levantar la vista de nuevo. Sus ojos se clavaron nuevamente en los míos y, con su rostro muy cerca del mío lanzó el aviso. 

- Esta noche vas a aprender 3 cosas, Laura, vas a aprender a ser mi niña, a ser mi mujer y a ser mi puta. Espero que estés lista para eso. Toma tus cosas, nos vamos a casa. 

YoSpankee 


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