lunes, 7 de julio de 2025

Una llamada de atención.

 Dos tonos fueron suficientes para escuchar su hermosa y grave voz masculina del otro lado de la línea. 


- Hola, nenita, qué sorpresa... 

- Hola,, mi amor,, voy al centro comercial, ¿necesitas que te compre alg...

- ¿Estás conduciendo tu auto mientras hablas conmigo?, me interrumpió abruptamente.

- Eh... Yo...

- Hablamos cuando no estés al volante.

Y colgó. 

Mi estómago daba vueltas, como pude seguí conduciendo hasta llegar al centro comercial. Podría decir que no entiendo su reacción pero, siendo honesta, yo estaba consciente del problema en el que acababa de meterme. Estacioné el auto y, después de respirar durante algunos minutos, me atreví a llamarle de nuevo, aunque con un nudo en el corazón.

- Hola, cielo, ya tengo el auto estacionado, estoy por entrar a la plaza y...

- Muy bien, mi amor, no te preocupes y haz tus compras tranquila, nos vemos en la noche en casa, yo llevo la cena.

Estaba tan confundida, su tono de voz era suave y dulce, al parecer se le pasó el enojo rápidamente. 

- Ah, gra... gracias, amor, entonces nos vemos más tarde...

- Sí, nena, te amo... Ah, y no olvides que tenemos un asunto por arreglar tú y yo...

Y colgó de nuevo. 

Esa última frase hizo que mi piel se erizara de inmediato y, mientras tragaba saliva y tomaba mi bolso para bajar del auto, un mensaje hizo sonar mi celular:

"Te avisaré 5 minutos antes de llegar a casa, así tendrás tiempo suficiente para esperarme como ya sabes en el rincón de la sala"

Carajo, ¿era tan grave lo que acababa de suceder?, es decir, esperarlo en el rincón era garantía para recibir, como mínimo, una buena cueriza apenas él ponga un pie en la casa. "como ya sabes", dijo, y por supuesto que lo sabía. Tenía que bajar mi pantalón y calzón hasta los muslos, arrodillarme en el rincón de la sala y esperarlo con la espalda bien derecha y las manos entrelazadas detrás de la cabeza.

Entré al centro comercial pero ya no pude concentrarme, olvidé por completo a lo que iba y de disfrutar ya ni hablamos. Opté por volver a casa, mi estómago iba hecho nudos y mi corazón parecía querer salirse del pecho. Hacía mucho que no enfrentaba una situación así, no porque mi comportamiento fuera ejemplar, sino porque el trabajo nos tenía absorbidos a ambos y, tanto el juego como la disciplina, habían quedado un tanto de lado.e

Faltaban un par de horas para su llegada todavía pero tal era mi nivel de nerviosismo que decidí tomar un baño, quizá así podría relajarme un poco y, de alguna manera, resignarme a lo que recibiría más tarde. 

Normalmente no lleno la tina porque me corroe la culpa al desperdiciar el agua, mi ecologista interna es terriblemente obsesiva, pero esta vez la ignoré y, como una ocasión especial, usé agua caliente y algunas sales aromáticas. Más parecía que me preparaba para una noche romántica que para un castigo. 

Me quité la ropa, puse un poco de música suave, me serví una copa de vino rosado y me sumergí entre vapor y un poco de espuma.


Abrí los ojos confundida, no sé en qué momento me quedé dormida ni cuánto tiempo pasó... No había sido mucho, supuse, mis dedos apenas comenzaban a arrugarse un poco y el agua seguía caliente. Me puse de pie, me envolví en una toalla y me hice un tipo de turbante con otra en el cabello. Traté de apurarme porque no quería sumarle a la lista que, por la forma en que lo anunció, el problema en el que estaba metida era grave.

Perfumé y llené de crema todo mi cuerpo y solo me vestí con una pijama de short y camiseta, además de unas calcetas largas por encima de la rodilla. Bajé sin zapatos y, con la luz apagada, me senté a esperar el mensaje. Justo estaba por revisar el teléfono cuando su voz, grave y hermosa siempre, sonó estruendosa entre penumbras.

- Espero que hayas disfrutado tu baño, mi amor, porque lo que sigue lo voy a disfrutar yo...

- Ay, qué susto me dist...

- ¡Al rincón ahora mismo, jovencita!

Salté del sillón y me apresuré a asumir la postura que ya conocía perfectamente...

 - Pe... Perdón, me quedé dormida - Intenté justificarme. Él solo guardó silencio y ese era muy mal presagio.

Escuché sus pasos detrás de mí, lentos, firmes, largos... Por fin habló:

- ¿Sabes por qué te voy a castigar hoy? 

- Por hablar por teléfono mientras conduzco el auto... Y... Por... 

- Te escucho... 

- Y por quedarme dormida en la tina y no estar al pendiente de tu mensaje, tal como lo habías indicado. 

- Muy bien, ven aquí. 



Lentamente me puse de pie y giré sobre mis talones, lo miré ahí, tan masculino, tan imponente y agaché la mirada mientras caminaba hacia él. Moría de miedo, sabía que iba a doler aún desconociendo qué castigo iba a recibir, lo que sí era un hecho era que mis nalgas pagarían con creces. 

Tomó asiento en el sofá y me atrajo hacia sus rodillas con suavidad, casi con ternura. Para ese momento todo el ritual parecía más una tortura que un aliciente, quería que comenzara ya, pero no, sólo acariciaba mis nalgas, mis muslos... Llevaba la palma de su mano desde la parte trasera de las rodillas hasta los omóplatos y volvía con el dorso en una lenta serpentina para volver a empezar una y otra vez, mientras hablaba de disciplina y amor. 

Aún no recibía una sola nalgada y mis lágrimas caían en un goteo incesante que rebotaba en las losetas del piso. Tuve que responder a varias preguntas y con cada respuesta me daba cuenta de dos cosas: mi gran nivel de egoísmo y el inmenso amor que este maravilloso hombre siente por mí y así se lo hice saber. Pedí perdón y ofrecí, por enésima ocasión, corregir mis actitudes y mejorar mi comportamiento.

- Entonces sabes muy bien que mereces este castigo, ¿cierto, nena?

- Sí, lo sé, estoy consciente de que lo merezco y lo necesito... 

- Bien, te advierto que será muy severo porque conoces muy bien las reglas y, deliberadamente, has faltado a más de una.

Por supuesto que lo sabía, excepto por la parte de 'deliberadamente', él tenia razón en cada palabra. Pero es que no siempre se puede, no es sencillo tener un comportamiento intachable, no es fácil decir que 'no' cuando la tentación está ahí, al alcance de la mano. 

La sensación de la primera nalgada es horrible, más allá del dolor es la sorpresa, la humillación, la vergüenza, el enojo por tener que reconocer y aceptar los errores. Pero luego vino otra, y otra y muchísimas más que, por acumulación, me hicieron suplicar mientras me retorcía sobre las rodillas de mi hombre que, con toda la experiencia del mundo, sabe bien cómo doblegar mi voluntad.

- Por favor, me duele mucho. 

- ¿Qué te duele? 

- Las nalgas, amor, ya no aguanto un azote más. 

Me sentía cansada, adolorida y la garganta me dolía por tanto berrear. Por fin se detuvo luego de una interminable ráfaga de palmadas muy fuertes que hizo que la piel de mis nalgas ardiera y palpitara. Urgía la pausa porque, claro, no podía ser de otra manera, ilusa sería si pensara que eso había sido todo, no me equivoqué. 

La siguiente orden fue volver al rincón en la sabida postura pero, obviamente, es mucho peor ahora con las nalgas rojas y la dignidad arrastrando. Obedeci de inmediato agradecida y temerosa de lo que vendría después. Escuché que fue a la cocina y tardó varios minutos allá, gritó mi nombre y ordenó que fuera hasta donde él estaba, lo hice rápidamente pero con el miedo aturdiendo mis sentidos. 

Al entrar a la cocina vi tres platos sobre la mesa, en uno había dos trozos grandes de jengibre sin piel, una zanahoria en el segundo y un pepino entero en el tercero.

- Vamos a darle un pequeño respiro a esas hermosas nalgas, mi niña, ven acá...

YoSpankee



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