jueves, 21 de diciembre de 2023

Felices fiestas

Nuevamente estoy aquí, sí con una disculpa por la ausencia pero también con la constancia de seguir viva y con ilusión de que, con un poco de tiempo y paciencia, todo irá mucho mejor.
Por ahora sólo vengo a desearles que, sean cuales sean las circunstancias por las que estén pasando, jamás pierdan la fe y la esperanza. Si los tiempos están siendo buenos, hay que agradecer... Y si no, tratar de aprender y mejorar para labrar un mejor porvenir. 
Que este fin de año, por cliché que pueda sonar, la paz y la armonía reine entre ustedes y los suyos y permanezca para siempre. 

Reciban un abrazo con mucho afecto de parte de esta spankee ilusionada con estas fechas... Y tengan todos muy felices fiestas. 

YoSpankee 

miércoles, 22 de marzo de 2023

La sorpresa.

Llegué a casa, aún era temprano y por eso se me hizo raro ver su auto estacionado afuera, él casi nunca vuelve a esta hora de la oficina, me dio mucho gusto porque siempre es lindo pasar un poco de tiempo juntos. Yo llevaba la ropa deportiva del gimnasio, prefiero ducharme en casa. Cuando entré lo vi sentado en la sala con el móvil en la mano pero de inmediato sonrió apenas cruzamos la mirada. La suya era una sonrisa entre tierna y maquiavélica pero no le di importancia. Se puso de pie y se acercó a mí para darme un beso de bienvenida, no nos habíamos visto o hablado en todo el día pues ambos teníamos múltiples ocupaciones, así que fue un beso largo y húmedo. Un poco contrariada le pregunté si quería cenar, aunque era temprano y no tenía listo nada pero podría preparar algo rápido. Respondió que no me preocupara, que aprovechó que salió antes y pasó a comprar algo para que cenáramos los dos pero que primero quería mostrarme algo, era una sorpresa. Él sabe lo curiosa y ansiosa que soy, así que moría de ganas por saber de qué se trataba. 

Me pidió ponerme de cara a la pared con los ojos cerrados porque no quería que espiara, conoce bien mis artimañas. Yo no quería esperar, era como una tortura hacerlo pero obedecí. 

Alcancé a escuchar un poco de ruido e intentaba adivinar sus movimientos pero no tenía idea de qué se trataba. 

De pronto sentí su cuerpo detrás del mío y en un susurro me dijo que aún no podía abrir los ojos pero que me iba a llevar de la mano para poder disfrutar la sorpresa. Fueron apenas unos pasos y de pronto, previa advertencia de no abrir los ojos hasta que la indicación me fuera dada con claridad, sentí cómo de un movimiento bajó mi pantalón y mi ropa interior hasta las rodillas, tragué saliva. Me estremecí por completo y la excitación ya era evidente, seguí con los ojos cerrados, tal como lo ordenó. 
Con voz firme me indicó ponerme de rodillas, lo hice de inmediato, mis murciélagos ya revoloteaban frenéticos. Dijo que frente a mí, en el piso, había unos almohadones, que tenía que recostarme sobre ellos boca abajo, de nuevo obedecí pero ya muerta de curiosidad, de excitación y un poco de miedo. 

- Ya puedes abrir los ojos, pequeña. 

Y ahí, tirada en el piso de nuestra sala, boca abajo con las nalgas paradas y desnudas, vi frente a mí una pala de madera muy larga, era un tipo de remo como de un metro y medio de longitud, Justo como los que habíamos visto en un video de spanking asiático y que yo le había dicho que me llamaba la atención, no lo podía creer. 


Se inclinó y me dijo suave y lentamente al oído: ten mucho cuidado con lo que deseas, señorita... En un segundo se puso de pie con la tabla en la mano. 

- Para muy bien esas nalgas, jovencita, te voy a enseñar a tener la cena temprano. 

Me lanzó un guiño cómplice y alzó la larga pala de madera, yo solo apreté los párpados y esperé el primer azote...

YoSpankee

VIDEO DE REFERENCIA . (<== CLICK AQUÍ) 

viernes, 1 de abril de 2022

UN CASTIGO MERECIDO.

A lo largo de mi trayectoria como spankee he recibido infinidad de castigos, me atrevo a decir que la mayoría de ellos con todisima la razón de ser, incluso, podria afirmar que me he quedado sin recibir muchos (muchísimos) más que merecidos pero, haciendo memoria, hay algunos que han sido especialmente dolorosos, no solo por los azotes recibidos, sino por el dolor emocional que estos trajeron consigo. Verán, mis queridos lectores, es sumamente difícil explicar las razones por las que un castigo se considera como tal porque, como algunos de ustedes me lo han comentado o hasta cuestionado, los azotes y la disciplina en general es algo que los spankees disfrutamos, y sí, en parte lo es, pero cuando hay emociones de por medio (como la culpa, el arrepentimiento, la decepción, el corazón roto y cosas así) es cuando duele mucho más. Varias veces termino llorando luego de (o durante) una sesión, pero no siempre es por las mismas razones, además. nuevamente se los digo: el hecho de que disfrutemos cierto tipo de dolor no quiere decir que no sintamos, que no nos duela o que no tengamos un límite. Es sabido por todos los que practicamos el spankimg de manera responsable, que siempre hay que hacerlo de la forma más segura posible para todas las partes involucradas, así que es importante tomar en cuenta varios factores para la realización exitosa de una sesion, indepemdientemente de que sea por placer o con fines disciplinarios. Pero no pretendo en este post explicar los qués y porqués de una sesión de spanking, ni tampoco las reglas y protocolos de seguridad, eso podríamos dejarlo como tema para otra ocasión. Lo que quiero dejar claro es que, a pesar de ser alguien que disfruta al recibir azotes, lo hago siempre de la mano de personas cuyp nivel de madurez y responsabilidad son afines a los míos y que, aunque haya quien lo dude, el spanking disciplinario entre adultos existe. Dicho lo anterior quiero confesar que una de las cosas que hacen que mis murciélagos entren en franco alboroto es, sin dudarlo ni un segundo, cuando mi mamá spanko y mi spanker coinciden en algún motivo que los "obligue" a bajarme los calzones y aplicarme un buen correctivo.

 Aprovecho para explicar que tengo 2 spankers, mi spanker "oficial", el que se encarga de mí en la vida diaria y con quien comparto mucho más que un gusto o fetiche; la vida misma, podría decirse...Y mi mamá spanko, una mujer maravillosa que, además de mejor amiga, es mi guía, gurú y ejemplo en muchps sentidos y que, aunque desde otra ciudad, también está al pendiente de mí y mi educación. 

 El año pasado hice algo que, aunque no estoy autorizada para explicar detalladamente (y tampoco estoy lista para hacerlo) puso en riesgo mi estabilidad y seguridad personal, social, de pareja y muchísimos etecéteras que ni siquiera me atrevo a mencionar. Las cosas podrían haber permanecido en absoluto secreto, tanto para mi spanker como para mi mamá, sin embargo, mi consciencia fue más fuerte y en algún momento me obligó a confesar, acompñada de muchísimo arrepentimiento, tan grave falta. No fue suficiente con decírselo a ella a modo de confidencia (de la manera más vainilla posible), sino que tuve que tragarme mi orgullo, bajar la cabeza y confesarle a mi spanker todo lo que estaba pasando. Para ese momento estaba segura de que, además de la culpa que ya corroía todo mi ser, otra parte de mí tendría que pagar con creces la gran estupidez que fui capaz de hacer. 

 La orde de mi mamña fue clara: tienes que decírselo (a mi spanker) o lo haré yo. Y sabía que no tenía opción, al final él se iba a enterara pero, y ustedes coincidirán conmigo, era mejor que fuera yo quien se lo dijera porque, aunque seguramente eso no iba a reducir ni un ápice el castigo que iba a recibir, al menos recuperaría un poco de la dignidad que ya había perdido con semejamte atrevimiento. Así que hice acopio de valor, honestamente no sé de dónde lo saqué, y le dije a mi spanker que quería hablar con él, así que confesé con lujo de detalles todo lo que tenía que ver con el tema en cuestión. Obviamente enfureció, me dijo que era una irrespndable y que no creía que me hubiera atrevido a tanto, pero creo que lo que más me dolió, y ni siquiera recuerdo si fue él mismo quien lo reprochó, fue no haber tenido la suficiente confianza como para contárselo desde el principio. En mi defensa diré que tenía miedo y vergüenza, sabía que estaba haciendo algo muy malo, y sabía también que estuvo en mis manos frenar la situación para evitar que llegara a tanto, pero no lo hice... No sé todavía si no pude o no quise. La confesión fue hecha con voz entrecortada y al borde del llanto porque, además, mi mamá me había dicho que cuando él (mi spanker) decidiera castigarme por este motivo, ella quería estar ahí. Claro que no lo haría físicamente porque, como les dije, ella vive en otra ciudad, pero lo haría vía telefónica, como ya lo había hecho en otras ocasiones. Cabe mencionar que, en esas otras ocasiones,además de decidir y aplicar el castigo corespondiente, mi spanker se convertía en brazo ejecutor del castigo que ella decidiera para mí, así que está vez también se trataría de un castigo por partida doble, y así fue. Eses día él no dijo lo que me haría, dejó que ella tomara la batuta, así que en la llamada telefónica escuché la conversación que ellos tuvieron acerca de mi capacudad para meterme en problemas, el tamaño de irresponsabilidad en el que había incurrido y el nivel de peligro en el que había puesto, no solo mi integridad física, sino todo mi entorno. Se escuchaban ambos tan molestos y decepcionados, pero la mirada aplastante de mi spanker me hacía temblar. Varias veces me ha recriminado la terrible sensación que le provoca tener que poner la cara por algunas tonterías que yo hago, no por el hecho de hacerse responsable de mí, sino porque él espera que mi comportamiento sea mejor cada vez y pareciera que yo me empeño en todo lo contrario. Terminaron de hablar, al parecer, ella dijo solo me daría un castigo, uno solo... y fue ahí donde todo mi ser se contrajo al ritmo de sus palabras:

 Vincent, por favor dale una muy buena cueriza a esa mocosa, que nunca olvide que no debe poner en riesgo su seguridad ni tomar decisiones estúpidas de las que luego se va a arrepentir.

Tragué saliva, él ya tenía el cinturón en la mano. 

- Laura, ¿cuántos asños tienes?, preguntó ella con firmeza. 
- ¿En la fantasía o en la realidad?, pregunté confundida. (recuerden que mi rol de spankee corrrsponde a una chica de 17 años) 
- ¿Lo que hiciste fue en la fantasía o en la realudad? 

Así qie respondí, no era un juego, era un castigo de verdad, más real que nunca antes. Dije el número con voz resignada y en seguida se decidió que me darían, para empezar, la cantidad de azotes corresponediente a mi edad. 38 azotes con el cinturón, 38 cuerazos bien dados en las nalgas desnudas... 38 azotes que yo tendría que contar en voz alta uno a uno. 
 Algunos podrán pensar que no fueron tantos, yo misma lo creería porque he recibido (y soportado sin ningín problema) mucho más que eso... Pero, sin temor a mentir o exagerar, han sido los 38 azotes que más me han dolido en la vida. Mi spanker sabe lo que hace, me conoce como a la palma de su mano, sabe perfectamente mis puntos débiles, la forma de doblegarme y el momento en el que mi orgullo roto se someterá a sus órdenes sin ponerme en riesgo de ningún tipo. No me ahorró ni un poco de dolor, al contrario, se aseguró de que aprendiera muy bien la lección y aplicó el castigo de manera estricta y minuciosa. Ella aceptó de buen agrado, aunque a la mitad hubo que hacer una breve pausa pues yo me retorcía de dolor y atravesé las manos un par de ocasiones... Pero al final el castigo (de ella) fue aplicado al 100% Ellos finalizaron la llamada de esa forma tan respetuosa y cordial con la que siempre se dirigen uno al otro, mientras yo lloraba desconsolada tirada boca abajo en la cama, con las nalgas rojas, ardientes y terriblemente adoloridas. Despúes de ese castigo, él hizo esa hermosa parte que le corresponde al spanker, la del after care, y entre sus brazos lloré mucho más. Estaba muy arrepentida de lo que hice, prometí que nunca jamás volvería a suceder nada parecido y agradecí que me hayan disciplinado, aunque de forma estricta, con amor... 

Le pregunté a mi spanker entre sollozos si me había perdonado y su respuesta me dejó helada: todavía no, el castigo aún no termina, jovencita. 

 YoSpankee.

viernes, 2 de julio de 2021

Ajuste de cuentas.

 Tenía tantas ganas de llegar a casa, de verlo y abrazarlo muy fuerte. Sabía que hoy llegaría temprano del trabajo y, dado que las últimas semanas este lo había absorbido muchísimo, quería aprovechar para recuperar un poco del contacto que tanta falta me había estado haciendo. Bajé del auto con euforia, la emoción se veía en el brillo de mis ojos. Quizá podríamos ver alguna película acostados en el sillón, cenar algo rico y, no sé, tal vez orillar todo a un delicioso y sucio final feliz.

Apenas entré, dejé mis cosas y corrí a buscarlo. Sabía que ya estaba ahí pues vi su auto parado afuera. Lo encontré en el despacho, sentado en el escritorio revisando unos papeles.

- Ay, no...Ya no es hora de trabajar, me prometiste que esta tarde sería para nosotros, exclamé con un exagerado mohín de drama.

- Claro que esta tarde será para ti, cariño. ¿Me quieres explicar qué es esto?

Extendió unos papeles frente a mí y sentí de inmediato que el estómago se me hizo nudos. Se trataba de los estados de cuenta de la tarjeta de crédito, los cuales, yo sabía que estaban por llegar y, a sabiendas de que él nunca revisa la correspondencia y mucho menos los e-mails del banco, pretendía interceptar la información y así evitar que se enterara. Resulta que, desde que dio inicio la pandemia por el covid, me hice un poco (muy) adicta a las compras por internet, tanto que eso nos trajo serios problemas y largas discusiones que, en su mayoría, se realizaban conmigo boca abajo sobre sus piernas.Yo siempre terminaba llorando, suplicando y ofreciendo todísima mi disposición para corregir tan terrible conducta. 

Durante unos meses lo evité, no compré nada, ni por internet ni en persona pues, cuando por fin re abrieron los centros comerciales, sabía que no podría contenerme y, justo en esos momentos, tenía las nalgas rojísimas y muy calientes por alguna tunda , seguramente, bien ganada. Pero soy tan débil, no pude evitarlo, y menos cuando frente a mí se desplegaban todas las ofertas por cambio de temporada. 

Recuerdo que esa noche no podía dormir, él ya sostenía una profunda charla con Morfeo en nuestra habitación, así que me fui al despacho, abrí la laptop y comencé a navegar. La intención era solo perder el tiempo, de verdad era solo eso... Debí ir directamente a Netflix, pero no, me puse a ver ropa, zapatos, accesorios y hasta materiales de trabajo en línea. Yo sé, yo sé, no debí caer, pero lo hice y ahora estaba ahí, a punto de decir alguna de las excusas más estúpidas e increíbles , de esas que solo se me ocurren a mí y en los peores momentos. ¡Carajo!


- Cielo... yo... es que... 

La lengua se estaba negando a colaborar y, un traspié tras otro, solo estaba consiguiendo enfurecerlo más, si es que eso era posible.

- Ahora no sabes qué decir, señorita, como cada vez que te metes en problemas y no encuentras la manera de justificar tus acciones... pero no te preocupes, aquí estoy yo para ayudarte.

Entonces tragué saliva y adopté esa postura que, aunque no me iba a sacar del lío, al menos me ayudaría a prepararme psicológicamente para lo que estaba por venir. Incliné la cabeza, clavé la mirada en mis zapatos y comencé a gimotear. Ya sabía lo que seguiría a continuación y, siendo honesta, no tenía ninguna escapatoria posible a la mano, así que me entregué al drama.

- ¿Por qué lloras?

- Porque me vas a pegar...

- Por supuesto que te voy a pegar, y voy a hacerlo porque te lo mereces...

- Pero es que no hice nada malo. (Dios, que valiente que soy)

- Ah, ahora resulta que estos estados de cuenta son falsos o tienen algún error... Porque si es así, dímelo y en este instante llamamos al banco para solicitar una aclaración. Dijo mientras tomaba el aparato telefónico de la mesa.

- Nooo no no, no hay ningún error, la información es correcta... pero, es que...

- Es que, qué...

- Es que yo voy a pagar ese dinero, cielo, no tienes que hacerlo tú... Hice un último intento.

- Oye, qué buena idea, lo vas a pagar tú, me parece perfecto...

Suspiré aliviada.

- Pero no va a ser con dinero, jovencita, lo vas a pagar con azotes en tus nalgas, así que ve quitándote TODA la ropa... Tenemos el resto del día para ajustar cuentas tú, el cinturón, el paddle, la vara y yo.

YoSpankee



lunes, 22 de febrero de 2021

Recuerdos y él.

Cuando fui consiente de la fecha de hoy, me cayó como balde de agua fría. Hace trece años lloraba inconsolable por la pérdida de una persona que, sin saberlo, fue un parteaguas en mi vida, tanto vainilla como spanko. Fue él quien, a mis tiernos 16, ne hizo descubrir y aceptar mi gusto por los azotes.

La verdad es que fue imposible hacérselo saber pues, cuando yo reconocí mis gustos y comencé a practicarlos, él ya no formaba parte activa en mi vida, es decir, estaba ahí pero ya no éramos tan cercanos, hasta que su enfermedad nos obligó a coincidir de nuevo pero, claro, ya no era un tema del que pudiéramos o debiéramos hablar. 

Pasé a su lado los últimos meses que tuvo de vida y, aunque quizá nunca se lo dije, agradezco mucho haber sido la persona que lo ayudó a despedirse de todo y de todos. 

No podría decir que mi historia spanko sería inexistente sin su participación, porque mentiría, pero sí es cierto que él me enseñó a divertirne y disfrutar algunos juegos que más adelante, en mi adultex, tomaron un maravilloso sentido. 

Sufrí mucho cuando murió y, lo confieso, muchas veces me pregunto, sí las cosas hubieran sido distintivo, si él no hubiera muerto, ¿acaso estaríamos juntos?... Nunca lo sabré, obviamente.

Lo cierto es que sigue en mi mente y en mi corazón, y así será  por siempre...

YoSpankee 

jueves, 28 de enero de 2021

Entre la espada y la pared.

Es sabido por muchos de ustedes que mi vida spanko es un riesgo constante, los factores que la componen suelen mezclarse de forma extraña para, en algún momento, lograr que yo sola me meta el pie, tropiece y caiga estrepitosamente contra el suelo de mis culpas.


Por un lado está mi mamá spanko que, como es propio de su rol, está siempre al pendiente de mí, de mi salud y bienestar en general y, puedo asegurar que, más allá del juego, nos une una entrañable y maravillosa amistad llena de cariño y complicidad pero, ojo, eso no impide que, cuando sea necesario (o ella considere que es así), me ponga algún 'hasta aqui' y me dé mis buenas nalgadas. 


Por otro lado, y más arriesgado aún, está mi spanker que, con su férrea disciplina y poder para controlar mis acciones y reacciones, me trae bien checadita todo el tiempo. Él también es cómplice, soporte y cariño pero, al igual que mamá, no dejará pasar un solo motivo para ponerme las nalgas bien rojas. 

La parte maquiavélica de todo esto es cuando, ellos dos, se combinan o hasta se sincronizan para no dejarme olvidar quiénes mandan aquí y, a pesar de ello, los adoro con toda la fuerza de mi corazón. 

Agradezco el cariño, atención y cuidado que ambos me brindan todo el tiempo. 

YoSpankee 

domingo, 27 de diciembre de 2020

La abuela.

Es curioso que, desde pequeños, muchos de nosotros comenzamos a tener contacto con el mundo spanko de una manera u otra. Más curioso es cuando, dentro de la propia familia, las personas cuentan historias que, sin darse cuenta, iluminan nuestra mente sucia y alimentan nuestras fantasías más perversas.


Se decía que la abuela tenía carácter fuerte, aunque en realidad era mi tatarabuela o algo así. Ella estaba a cargo de la administración de la casa, era la encargada también de la educación de los hijos mientras su marido, fiel a la tradición mexicana, trabajaba de sol a sol para proveer de lo necesario y un poco más a los suyos. 

La abuela Sara era una mujer 'de armas tomar', jamás se detenía ante nada ni nadie. Era una mujer fuerte, tanto física como mental y moralmente. Si había que tomar una escopeta para la cacería o para defender a los suyos, no lo dudaba ni un instante.

Se dice que la cultura en México es machista pero, la verdad, las mujeres mexicanas son las que dirigen el rumbo de la sociedad desde hace mucho tiempo porque es verdad, detrás de un gran hombre hay una gran mujer, la abuela Sara era un ejemplo de ello.

Parte importante del crecimiento y organización familiar era la mano férrea que doña Sara tenía a la hora de educar a sus hijos, especialmente a la hora de corregirlos. Particularmente con las chicas había una disciplina que iba del buen comportamiento a pasar tiempo de rodillas en la sala de estar, recibir unos buenos correazos en los muslos o, en el peor de los casos, recibir dos docenas de azotes en las nalgas con la vara gruesa que mamá Sara guardaba bajo llave en el estante de la cocina. 


Esos eran tres de los castigos favoritos de la abuela y, para cada uno de ellos había un ritual a seguir, tan estricto como cruel. No era para sorprenderse que todos trataran de tener un comportamiento ejemplar pero, bajo la exigencia de doña Sara, era imposible salir impune y no enfrentar la dura mirada que acompañaba la sentencia de tal o cual correctivo. 

El más ligero de ellos consistía en reconocer la culpa,  recoger la falda en la cintura, exhibiendo la ropa interior, arrodillarse a mitad de la sala o la biblioteca y, con los brazos extendidos en cruz, sostener un par de pesados libros con las palmas hacia arriba hasta que ella, mamá Sara, decidiera que había sido suficiente castigo. 
La mayoría de las veces, las chicas cumplían la penitencia con lágrimas en los ojos pues, evidentemente, exponían la intimidad de sus calzoncitos frente a toda la familia y, en el peor de los casos, hasta frente a alguna visita. 


El segundo castigo preferido por doña Sara, de menor a mayor gravedad en cuanto a faltas cometidas, era la correa. Bastaba con que diera la orden: falda arriba y de cara a la pared. Entonces ya no había 'peros', solo obedecer la orden tal cual: subir la falda hasta la cintura y pegar la cara lo más posible a la pared más cercana, esperar a que mamá Sara volviera con la correa en la mano y recibir una ráfaga de cuerazis en los muslos. Claramente, no podían quitarse o meter las manos siquiera, simplemente lloraban, suplicaba que se detuviera, pedían perdón y hacían mil promesas. Al terminar los azotes, debían permanecer de pie, exhibiendo los calzones y, la mayoría de las veces, las líneas rojas y moradas que cruzaban la piel de ambos muslos por detrás. 

El tercero y más fuerte de los castigos, y este era aplicado tanto a hombres como mujeres, era la vara de abedul, dicha vara estaba guardada bajo llave y representaba, para todos los chicos, el peor de sus miedos. Por supuesto, ese castigo, estaba reservado para las faltas más graves y, aunque pocas veces, todos llegaron a probar la furia y el silbido de la vara antes de sentir el latigazo en las nalgas desnudas. 
Todos se estremecía cada vez que la abuela dictaba sentencia y, junto con la 'víctima', se dirigía a la cocina, lugar donde era aplicado tan temido castigo. Llegando ahí, el sentenciado o sentenciada, se despojada de la ropa, de la cintura hacia abajo, y se tumbaba sobre la banca de madera, viendo hacia el piso. Normalmente se abrazaban con fuerza a la viga que servía como asiento pues, lo sabían perfectamente, tenían prohibido moverse o atravesar la mano, so pena de empeorar su situación que, ya de por sí, era terrible. En ocasiones, cuando la víctima se encontraba en posición, mamá Sara mojaba un trapo y lo pasaba por las nalgas de su hijo o hija, a fin de producir un poco más de dolor con los azotes, después, agitaba la vara en el aire, al mismo tiempo que recitaba una cruel regañina que hacía estremecer al más valiente. Acto seguido, decía el número de azotes que aplicaría (que iban de una a dos docenas) y comenzaba a azotar de manera inmisericorde las nalgas a su disposición. Las marcas en la piel eran inmediatas, cada varazo dejaba una visible línea oscura que atravesaba de lado a lado y que, junto con la dolorosa sensación, permanecería durante varios días. 
No había una sola persona que no terminara el castigo con gritos, súplicas y lágrimas, absolutamente nadie quería recibir una paliza así. Al finalizar los azotes se tenía que cumplir un tiempo en el rincón con las manos en la nuca, aún desnudos y a la vista de quien entrara a la cocina en ese momento que, para ser sinceros, si era alguno de los hermanos, no volteaban ni a ver porque sabían lo que era estar en esa postura. 


Los hijos de doña Sara, a pesar de todo, la amaban y respetaban casi con fervor porque, y así lo decían, los educaba con amor y solo cuando era estrictamente necesario. 

YoSpankee