Mi respiración iba recobrando poco a poco su ritmo habitual, las manos de José se sentían tan suaves y yo agradecía internamente cada caricia pues, supongo que era efecto de la crema, el dolor también iba cediendo.
El tiempo parecía haberse detenido, también era que yo quería que así fuera, pero aún moría de hambre. En una lucha interna, opté por interrumpir el 'masaje' y, cuando estuve a punto de hacerlo, José se adelantó diciendo: con los azotes, la temperatura de tus nalgas se elevó muchísimo, pero creo que aún tienes fiebre, pequeña.
Quise decirle que no creía que así fuera, que el malestar había pasado hacía rato, que lo que realmente tenía era mucha hambre, pero...
- Te tomaré la temperatura, no te muevas.
Dicho lo anterior, tomó nuevamente la bolsa de plástico y de ella sacó un termómetro y un frasco pequeño de vaselina. De inmediato adiviné sus intenciones.
- No José, ¿qué haces?
Intenté ponerme de pie, de ninguna manera permitiría que me tomara la temperatura de esa forma. Es cierto que él ya había visto algunos de mis rincones pero, de eso a tomarme la temperatura vía rectal, estaba muy equivocado.
- No, José, por favor, así no.
Es que, no es pregunta, respondió y continuó preparando el termómetro untándole vaselina directamente del frasco.
- No te muevas, no quiero lastimarte...
Intenté resistirme, levantar mi cuerpo de la cama pero no pude, o en el fondo no quise, no estoy segura. Sentí cómo mi cuerpo se contrajo ante el miedo, ante la vergüenza.
Es cierto que ya estaba semidesnuda, no tenía ropa de la cintura hacia abajo, y José había visto mi cuerpo y también lo había tocado, pero esto iba mucho más allá de lo que jamás había imaginado o permitido.
Es cierto que ya estaba semidesnuda, no tenía ropa de la cintura hacia abajo, y José había visto mi cuerpo y también lo había tocado, pero esto iba mucho más allá de lo que jamás había imaginado o permitido.
Mi cerebro trabajaba a marchas forzadas, trataba de idear la manera de librarme de esto, de pronto, escuché cuando rompió el plástico que envolvía un par de guantes de látex, se los puso fácil y rápidamente, como si fuera algo cotidiano para él. Ya no hubo tiempo, más tardé en procesar lo que estaba a punto de suceder cuando, de un movimiento y habiendo puesto el termómetro y la vaselina en el buró, se sentó en la cama y me atrajo nuevamente sobre sus piernas. Estaba a punto de suceder una de mis peores pesadillas o uno de mis más ocultos deseos, no lo sé.
Boca abajo, sobre sus piernas, y aún después de una buena tunda, me sentí muchísimo más vulnerable que nunca en mi vida. La sensación del momento en que, con los dedos de su mano izquierda, separó mis nalgas y con la derecha situó la punta del termómetro en mi ano, es indescriptible.
Pensé en resistirme, en suplicar que no lo hiciera pero, no pude, mi cuerpo se entregó voluntariamente a los cuidados de ese hombre al pendiente de mí... o quizá es que la debilidad por el hambre ya se hacía presente.
El frío del termómetro hacía que ese huequito en mi cuerpo se contrajera automáticamente, mientras tanto, José daba un pequeño masaje en mis nalgas y, al mismo tiempo, soltaba un discurso acerca de la responsabilidad, la honestidad, la falta de disciplina y no sé qué más, en realidad, yo estaba demasiado concentrada en el momento, en la situación.
Pensé en resistirme, en suplicar que no lo hiciera pero, no pude, mi cuerpo se entregó voluntariamente a los cuidados de ese hombre al pendiente de mí... o quizá es que la debilidad por el hambre ya se hacía presente.
El frío del termómetro hacía que ese huequito en mi cuerpo se contrajera automáticamente, mientras tanto, José daba un pequeño masaje en mis nalgas y, al mismo tiempo, soltaba un discurso acerca de la responsabilidad, la honestidad, la falta de disciplina y no sé qué más, en realidad, yo estaba demasiado concentrada en el momento, en la situación.
- Bien, jovencita, aún tienes fiebre, afortunadamente traje medicamentos para ello, así que no debes preocuparte.
Dicho lo anterior, y sin soltar mi cintura, volvió a buscar en la bolsa y sacó una pequeña caja amarilla. Intenté ponerme de pie, supuse que eran tabletas y la posición era complicada para tomarlas. José me detuvo con firmeza.
- ¿A dónde crees que vas?, aún debo ponerte un par de supositorios.
Mis ojos se abrieron como platos, la vergüenza era tanta que lo único que se me ocurrió hacer fue ponerme a llorar como una niña pequeña, ya mi cuerpo no tenía fuerza para pelear, el ánimo también se había dado por vencido.
Cuando me di cuenta, estaba con la cabeza inclinada y la cola levantada, en una postura por demás sumisa.
Cuando me di cuenta, estaba con la cabeza inclinada y la cola levantada, en una postura por demás sumisa.
- No lo hagas, José... Exclamé en un susurro mientras él, evidentemente hábil para la tarea, sacaba 2 piezas blancas de aproximadamente 3 o 4 centímetros de largo, las puso sobre el buró y procedió a hacer el mismo movimiento que con el termómetro... Pero esta vez, lo que sentí en el ano, fue la punta de su dedo índice que, lenta pero firmemente, entraba y salía.
- No quiero que te duela, así que primero voy a lubricar bien y a dilatar un poco.
Mis párpados estaban apretados, sentir su dedo en mi culo me despertaba muchísimas sensaciones y emociones, estaba terriblemente confundida porque, después de todo, creo que lo estaba disfrutando.
Después de estar un par de minutos estimulando con su dedo, José introdujo los supositorios y, después del segundo, metió su dedo lo más profundo que pudo... Solté un gran suspiro que, ahora que lo pienso, bien pudo haber sido un gemido.
Después de estar un par de minutos estimulando con su dedo, José introdujo los supositorios y, después del segundo, metió su dedo lo más profundo que pudo... Solté un gran suspiro que, ahora que lo pienso, bien pudo haber sido un gemido.
- Ya está todo bien, Laura, relájate.
Con suavidad levantó mi cuerpo y me depositó sobre la cama, se tumbó a mi lado y con su rostro a la altura del mío, me dijo que se preocupaba por mí, que todo lo que hacía era para que yo estuviera mejor.
- Incluso los azotes, quiero que dejes de comportarte como una niña pequeña porque, de lo contrario, tendré que seguir tratándote como a una... A menos que te guste que lo haga.
Dijo eso último con una sonrisa pícara y yo me sonrojé, escondí mi rostro en su pecho porque, de verdad, sentí mucha vergüenza, no sabía qué responder a eso.
Levantó mi barbilla, me miró fijamente y con toda la ternura que un hombre es capaz, me besó en los labios.
Levantó mi barbilla, me miró fijamente y con toda la ternura que un hombre es capaz, me besó en los labios.
- Gracias, José... Te quiero muchísimo pero, ¿puedo decirte algo?
- Lo que quieras, princesa.
- Me estoy muriendo de hambre.
- Lo que quieras, princesa.
- Me estoy muriendo de hambre.
FIN
Yospankee
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yo spankee y tú?